Elogio de las medias verdades

De la localidad cántabra de Santillana del Mar, tan justamente alabada por Jean Paul Sartre -que, en su novela La náusea, afirmaba que era el pueblo más bonito de toda España-, se decía que era la ciudad de las tres mentiras, ya que no era ni santa, ni llana, ni tenía mar, aunque que éste se encontraba muy cerca.

Pasa algo parecido con las grandilocuentes denominaciones de algunos partidos políticos: del PSOE, por ejemplo, se ha dicho más de una vez que es un partido que ya no es socialista, que hace tiempo que dejó de ser obrerista y que casi no es español. También hay quien afirma que ERC es un partido lleno de mentiras (o de medias verdades): sus adversarios dicen que no es claramente de izquierdas, ni realmente republicano, ni lealmente catalán. Sin duda, estos adversarios que hacen este tipo de sentencias son, como todos los jueces y contrincantes políticos, unos importantes hiperbólicos.

En cuanto a las denominaciones de los partidos de derechas (como PP o Ciudadanos), más bien nos hacen sonreír con sus pretensiones totalizadoras. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que, cambiando el nombre de un partido, no cambiaremos ni la praxis ni la filosofía de este partido; como mucho habrá un grupo de afiliados que protestarán por el cambio y, al cabo de muy poco tiempo, todo, excepto el nombre, volverá a ser como antes. Únicamente si algunas de los cabezas pensantes de un partido -pongamos por caso Pedro Sánchez y Carmen Calvo, del PSOE- tuvieran un brioso sentido del humor, podrían acordar cambiar las siglas de su partido por las de PATREMIVE (Partido de las Tres Medias Verdades), y también las mentes más privilegiadas (ahora no se me ocurre ningún ejemplo) del PP, podrían modificar el nombre de su entidad y pasar a denominarse la Partido Impopular (PIM) o PAMIME (Partido de las Medias Mentiras), pero entre la llamada clase política del país, especialmente entre la más reaccionaria, el buen humor suele brillar por su ausencia. De malhumor sí que hay, pero este no sirve para hacer unos cambios como los que he propuesto.

He comentado con un amigo argentino que en otro tiempo, había estado muy interesado por la política, estas contradicciones entre el nombre y la praxis de los partidos políticos, y él me decía que a menudo tiene que hacer esfuerzos para no caer en el fatalismo de los tangos de Carlos Gardel; en concreto en el que lleva por título Sus ojos se cerraron: «Yo sé que ahora vendrán caras extrañas /con su limosna de alivio a mi tormento /Todo es mentira, mentira es el lamento /Hoy está solo mi corazón”. Sin embargo, ni mi amigo argentino ni yo nos queremos dejar llevar por las músicas de canciones más bien lacrimógenas (ya no nos gustan tanto los tangos) y ahora pensamos más bien que para sobrevivir en una sociedad tan hiperpandémica como la nuestra, hemos de aprender a convivir con algunas medias verdades, que son aquellas que, como todo el mundo sabe, esconden unas cuantas mentiras. Una sociedad en continua crisis sanitaria que nos ha forzado a una impensada vida solitaria, o bien a cohabitar, de forma casi ininterrumpida, con nuestra más o menos pequeña familia (nuestra pareja, nuestros hijos), en muchos casos en apartamentos que no estaban pensados ​​para que coexistieran grupos familiares por períodos muy prolongados.

La socióloga francesa Eva Illouz entiende que todo esto ha favorecido, como cualquier período de monótonas vacaciones o de fiestas compartidas (y esta pandemia es como unas larguísimas fiestas de Navidad), las violencias conyugales (físicas y sobre todo psicológicas), o lo que ella llama una implosión de la intimidad.

Illouz pone como ejemplos de lo que dice dos famosas parejas de la literatura: Anna Karerina y Alexis Vronski (en la novela de Tolstoi) y Solal y Ariadna (protagonistas de Bella del señor, de Albert Cohen), así como la obra A puerta cerrada, de Sartre: en todas estas obras las personas que viven en una intimidad constante entran en un sistema de tortura mutua, en aquello que hace decir a un personaje de Sartre que «el infierno son los otros».

La vida íntima -concluye Illouz- debe compaginarse con cierta sociabilidad en la esfera pública, lo que Hannah Arendt designaba como el «mundo de las apariencias». O sea, el de las medias verdades, que, en definitiva, es lo que nos invita a refugiarnos periódicamente -pero no pandémicamente- en nuestra vida íntima, en nuestra habitación propia.

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