Gracias, Lluïsa

Cómo ya es sabido, las cocheras de Sants son de los pocos vestigios que quedan en la ciudad de Barcelona de los tranvías de tracción animal. El 25 de mayo de 1875 se inauguró la línea de Barcelona a Sants; Posteriormente, en 1899 se empezó a electrificar las líneas de tranvías; en concreto, la 29 fue la primera. Aunque hubo resistencias y críticas vecinales por miedo a los accidentes que podían causar, a partir de 1904 se habían electrificado todas las líneas de los tranvías, hecho que produjo que se ampliaran las instalaciones y posteriormente en 1924 se tuvieron que hacer nuevas ampliaciones y adaptaciones del espacio. Fue en aquel año también cuando se fijaron paradas, consolidándose definitivamente los recorridos, puesto que hasta aquel momento los tranvías no tenían paradas fijas. Fue el 13 de abril de 1969 cuando la línea 56 hizo el último de sus viajes, que conectaba El Clot y Collblanc. Esto supuso el declive de las cocheras y por su desuso se tuvieron que cerrar las instalaciones.

En 1973-1974, el alcalde Enric Masó quiso que el almacén ferroviario fuera un museo del tranvía. Es entonces cuando nace la reivindicación quizás más importante del movimiento vecinal de Sants, cuando bajo el lema "Salvemos Sants cada día, ni paso elevado ni museo del tranvía". Por aquellos años el barrio no tenía equipamientos de proximidad, que no se consiguieron hasta 1984, El resultado es que Cocheras de Sants se ha convertido en el Centro Cívico más espacioso de Barcelona.

El Ayuntamiento lo catalogó entonces como edificio histórico, hecho que se convirtió en un escollo que duró treinta y tres años, puesto que al catalogar el edificio lo hicieron con cinco de las ventanas que había en la fachada tapiadas totalmente, quedando invisible para los ciudadanos el interior de la planta baja donde hoy está situada la sala de exposiciones del Centro Cívico. En el año 2000, el Secretariado de Entidades de Sants, Hostafrancs y La Bordeta y el Colectivo de Artistas de Sants, liderados por su coordinadora, Lluïsa Franch, solicitaron que se destapiasen las ventanas para hacer visible la Sala de Exposiciones. De hecho, en 2016 aprovechando el cambio de concejalía en el Distrito, el Colectivo de Artistas de Sants pintó cuadros en los ventanales tapiados utilizando como lema: "La sala la tiene que ver todo el mundo".

Esta es una de las muchas historias que han protagonizado los colectivos vecinales politizando su existencia, que no es lo mismo que hacer política; estos conciudadanos decidieron ser copartícipes no de los grandes relatos sino de los pequeños, de los más cotidianos, y decidieron involucrarse en su entorno, ya sea para no modificarlo como la escritora y activista social Isabel Núñez cuya gran lucha fue pedir clemencia para un ginjoler bicentenario que permanece en la calle de Arimon, o como Lluïsa Franch, escultora y activista que luchó hasta el final para que las Cocheras de Sants abrieran sus ventanas para facilitar la simbiosis necesaria entre la calle comercial más larga de Europa y la Sala de Exposiciones del Centro Cívico.

Cómo no podría ser de otro modo la Sala de Exposiciones se llama Lluïsa Franch, igual que junto al árbol bicentenario existe una placa que dice: "Isabel Núñez. Figueres 1957-Barcelona 2012". Me ha gustado unir los últimos años biográficos de estas dos mujeres, porque casualmente las dos traspasaron en el mismo año (2012). También gracias a sus gestos de micropo­lítica, actos políticos concretos de las pequeñas cosas que son quizás los que nos salvan de la democracia debilitada del presente. Sus grandes luchas de los últimos años se han convertido en dos victorias.

La intervención en las ventanas llegó finalmente el 4 de febrero de 2017. Con dos meses de diferencia bajo la sombra del árbol victorioso de la calle Arimon se descubría la placa que perpetuaba la memoria de Isabel Núñez. No se me ocurre mejor forma de acabar este artículo que dándoles las gracias por sus legados.

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