Coaliciones y propaganda

Jason Stanley ha publicado un magnífico libro revelador de los tics de la política neofascista que se está extendiendo por Occidente: desde la América de Trump a la Hungría patriarcal y católica de Víctor Orban. Facha (Blackie books, 2019) es una guía para entender la realidad política que vivimos, las transformaciones de la política en tiempo de crítica severa a cómo Occidente ha afrontado la globalización. Escribe el filósofo americano: "Uno es capaz de transmitir una sensación de autenticidad si rechaza abiertamente y de manera explícita los valores políticos que se suponían sagrados". Y añade: "A Platón no le faltaba razón cuando decía que las libertades de la democracia podían permitir la entrada de un habilidoso demagogo que se aprovecharía de ellas".

Hacía tiempo que en el Congreso de los Diputados no se oía un discurso revisionista como el de Santiago Abascal durante la primera jornada del debate de investidura. Previsible, pero no por eso preocupante. El chiringuito de la memoria histórica o la apelación al "Frente Popular" tendrían que ser combatidos, según el líder de Vox, por un "alzamiento de hombres de todas partes que abandonan las diferencias cuando sienten amenazada la patria"; la crítica al "multiculturalismo" como estado vital de nuestro Occidente o el regreso a los valores masculinos de la tauromaquia y la caza. Nos recuerda Stanley: "Para la ideología fascista sólo hay un punto de vista legítimo, el de la nación dominante". Y, por eso, "los políticos fascistas tienen en su punto de mira a los profesores universitarios 'demasiado politizados' (normalmente 'demasiado marxistas') e incluso llegan a denunciar especialidades enteras".

Abascal subió al atril después de que Albert Rivera destapara la conspiración del candidato "y su banda" para gobernar España favoreciendo intereses particulares y de atribuirse la "responsabilidad histórica" de censurarlos. Desgraciadamente, la filósofa Giulia Napolitano avisa del peso que toman las teorías conspiradoras en esta nueva política donde todo vale para ganar el frame: Trump, Putin, Orban y compañía son unos buenos maestros. El discurso de Rivera despreciaba el contenido y focalizaba el esfuerzo en el continente: forma sin fondo, histrionismo sin propuestas. En resumen, como afirma Stanley, un principio fundamental de esta nueva y desperdiciada política "es que la oratoria no tiene que convencer al intelecto, sino influir en la voluntad".

A veces, resulta sencillo apelar a las emociones si se hinchan los discursos de grandeza; y más cuando los colectivos que se sienten perdedores de la globalización se ven interpelados y se les ofrece volver a un pasado glorioso. ¿Qué supone el revisionismo histórico de Vox para aquellos colectivos nostálgicos del franquismo? ¿Qué supone para la España ultrapatriótica la afirmación de Pablo Casado: "Usted [Pedro Sánchez] no está en el lado correcto de la historia"? La construcción de un relato nacional monocolor y lleno de mitos fundacionales ha construido los fundamentos de muchos autoritarismos. De hecho, la lectura de la Historia Mundial de Catalunya (Grup62, 2018), editada por Borja de Riquer y gran éxito de ventas, es un bálsamo para un movimiento independentista en Catalunya que, a pesar de la raíz cívica, la retórica neofascista ha desprestigiado siempre con el calificativo de "supremacista".

Mientras la derecha española está inmersa en una carrera para saber quien representa mejor las esencias de España, la izquierda ha demostrado una incapacidad absoluta para hacer del pacto un activo del sistema parlamentario: se lo recordaba Iglesias al líder socialista antes de la primera votación, a pesar de que todo el mundo ha podido comprobar que la megalomanía del líder morado ha ido expulsando a la disidencia de su formación y hoy su espacio político se va adelgazando a cada elección que pasa. Pero, sobre todo, resulta sintomática la nostalgia que tiene el PSOE del bipartidismo: no sólo porque anunció que quiere reformar el artículo 99 de la Constitución, sino porque algunos de sus ministros —como Josep Borrell— lo verbalitzan abiertamente: España tendría que tener dos grandes partidos en el eje izquierda-derecha (PSOE y PP) y uno de liberal (Ciudadanos) sin dependencias territoriales que les apoyen.

Sin mayoría absoluta, Sánchez jugó a golpe de jugada maestra hasta el último momento del debate de investidura, finalmente fallida, haciendo del juego de la gallina un tipo de divertimento para medios y audiencia quizás pensando que continúa teniendo una mano ganadora y, de momento, no había que poner en valor la humildad como base de cualquier acuerdo provechoso.

 

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