«La izquierda carece de discurso propio respecto al problema nacional»

Entrevista a Rafael Lamuedra
Rafael Lamuedra
Rafael Lamuedra

Licenciado en Historia y profesor de tecnología. Interesado por las minorías nacionales y los problemas de inclusión. Viene, con visión autocrítica, de una traición de partidos radicales de izquierda. Trabajó y militó en la enseñanza, tras una actividad política, a la cual ha vuelto como respuesta al “Procés”.

¿Se puede interpretar unívocamente el catalanismo o fue más bien una especie de polisémico cajón de sastre, con versiones para diferentes gustos?

Habría que distinguir entre lectura política y cultural del catalanismo. Para Pujol el catalanismo del “peix al cove” tenía un doble sentido: por una lado establecía un relación bilateral con el Estado a partir de una correlación de fuerzas favorable en el Congreso y por otra era una forma de reafirmación identitaria, “la lluvia fina”, o “nation-building”que es el nacionalismo vinculado a la culturización, desde una determinada visión de la sociedad catalana. En este proceso nacionalizador han sido determinante el control de las políticas educativas y culturales, y de los medios de comunicación Hay que recordar que, desde el 80 hasta el final del mandato de Pujol, las consejerías de Cultura y Enseñanza han estado prácticamente casi siempre en manos de una fuerza política, que propugnaba un determinado proyecto de reafirmación de la identidad catalana.

¿En el fondo, el catalanismo no era más que un nacionalismo, digamos light?

Cuando se reeditó el libro de Solé Tura esta cuestión volvió a reavivarse. Él provenía de una tradición marxista en la cual los análisis se hacen desde el punto de vista de las estructuras de clase y el dominio de los medios de producción, el de que las condiciones materiales condicionan las espirituales entendidas desde una perspectiva laica. Este enfoque olvida el peso que tiene el alma en los seres humanos, en la medida en la que el objetivo es abordar los conflictos sociales desde la perspectiva de clase. Para mí, personalmente, los enfoques que hacen sobre estas cuestiones historiadores como Álvarez Junco o Josep María Fradera, que abordan los problemas de la identidad desde una perspectiva más compleja, me parecen más interesantes. A la hora de abordar las cuestiones relacionadas con el nacionalismo, la izquierda ha sido muy deudora de las tradiciones pasadas. En muchas ocasiones una visión anacrónica de la realidad nos ha hecho deudores de polémicas y planteamientos que tuvieron su razón de ser a principios de siglo en pleno derrumbe de los imperios Austro-Húngaro, Zarista y Otomano, pero que son totalmente ajenos a nuestra realidad. Asumir a día de hoy las posiciones wilsonianas y leninistas de primeros de siglo, es tanto como asociar el origen de nuestra historia a la Guerra de Sucesión. Y esta visión acrítica de las tradiciones es la que llevó de forma incomprensible a asumir a ICV-EUA en 1989 una resolución aprobada en el Parlamento de Cataluña en al que se defendía el derecho a la autodeterminación. La izquierda carece de discurso propio respecto al problema nacional, y ha sido muy dependiente del nacionalismo y, en parte, lo sigue siendo.

¿De aquéllos polvos estos lodos, para acabar derivando la cosa en un nacionalismo agresivo, identitario?

Tiene que pasar el tiempo para que los historiadores puedan situar las cosas, pero sí que se pueden adelantar algunas cuestiones básicas. La crisis económica fue un elemento determinante en el desencadenamiento de problemas de identidad, la pérdida de poder adquisitivo, la falta de perspectivas, la inseguridad sobre el futuro genera miedo. Por otro lado, el 15 M pone sobre la mesa algo que está sucediendo en toda Europa: el déficit de representación política del sistema de partidos tradicionales. Es en este contexto que el nacionalismo entiende que tiene el terreno abonado a su favor. El nacionalismo ofrece a la gente respuestas a estos temores, “si nos unimos como colectivo en torno a nuestra tradición y nuestro pasado, seremos capaces de proyectarnos hacia el futuro”.

Y una parte de la izquierda se deja arrastrar por la ola e incluso ofrece munición al nacionalismo

En este contexto, una izquierda, de la que se agrupa en torno un buen número de referentes, como pueden ser la Crida Constituient, o la revista Sin Permiso se suman al carro del “Procés” desde un planteamiento soberanista y de proyecto constituyente. Vienen del 15 M y de la crisis, no del nacionalismo. Son los que rodean el Parlament ¿Qué hace el nacionalismo con ello? Incorporarlo, integrarlo. Así, desde perspectivas de izquierda que se dicen no nacionalistas, hay gente que está dando apoyo a un movimiento que dirige el nacionalismo, dándole prestigio y apoyo entre sectores populares, y esto es un problema grave.

¿Tras estos avatares no subyace una idea de repliegue, que comparten los neo-populismos con gente que se reclama de la izquierda y del ecologismo?

Como he comentado antes, la izquierda transformadora tiene un problema muy serio, no resuelto, con la Historia. Miramos mucho de forma doctrinal al pasado, sin entender que Marx era una persona de mediados del siglo XIX, que analizaba excelentemente aquélla sociedad. Pero el mundo cambia y mucho, y hay que reconocer que tenemos dificultades para analizar la realidad y actuar sobre ella ¿Cuál es la obligación moral de la izquierda? Ver que políticas hacemos para mejorar las condiciones de vida de las personas y caminar hacia un mundo más justo y capaz de controlar la economía. En ese sentido, hay que reconocer, por ejemplo, que es muy diferente que en Europa haya un Presidente procedente de las filas de la derecha conservadora o que provenga de una alianza socialista-liberal, más preocupada por las reformas sociales. O sea, que no se trata de negar las cosas por principio, incluida la globalización, sino de actuar sobre la realidad en cada circunstancia.

En cualquier caso, el nacionalismo, los populismos y la propia actitud de la izquierda no es algo novedoso, sino todo lo contrario…

No somos capaces de dilucidar cuál es el proyecto político de una izquierda universalista en el proceso de globalización. Sabemos que el proyecto europeo es algo ilusionante y que tenemos que ir por ahí, pero no es suficiente. Lo de Trump es un programa nacionalista, de una política de cierre, que puede tener un cierto éxito porque atiende a sectores que piensan que la globalización no les favorece. La globalización implica la incorporación de millones de personas a la economía globalizada y hay quienes consideran que esto no es bueno para sus intereses. En este sentido, la globalización tendría que plantearse a partir de propuestas con las que ganemos todos.

¿Tiene el federalismo algo que decir en un nuevo orden de cosas a escala global?

El federalismo incluye dos ejes. Uno que tiene que ver con la organización territorial, la distribución y la organización del poder y otra que hace referencia a la cultura política, de la solidaridad, de los humanos. No es mi pueblito, no es mi comarca, no es mi nación, es algo más. La salida es global. Las aspiraciones del federalismo tienen que estar impregnadas de cultura cosmopolita y solidaria. En esa línea va el internacionalismo, una de las mejores tradiciones de la izquierda y el marxismo.

Y seguimos instalados en la épica, con nostalgia, por ejemplo, de la II República…

En la tradición de izquierdas, la memoria de la República es muy importante, porque nos conecta con un intento modernizador y democrático, que fue segado por un golpe de Estado. Ahora bien, los programas y proyectos de la II República, han sido superados de largo por la Transición, hay que tener en cuenta que el estatuto de Catalunya de 1979 otorgaba muchas más competencias que el del 1932. Pensar ahora que la vuelta a una República contribuiría decisivamente a solucionar nuestros problemas no es realista. La izquierda transformadora, en mi opinión, tiene que dirigir sus esfuerzos a consolidar un proyecto político en el que se pueda visualizar su perspectiva estratégica y que no sea dependiente de los tacticismos coyunturales. En su momento, a finales de los ochenta, Iniciativa Per Catalunya acertó mucho cuando enfocó su estrategia hacia el medio ambiente, la sostenibilidad, la crítica a los modelos de globalización económica defendida por los organismos internacionales, la incorporación del feminismo, la defensa de los movimientos sociales, etc.

¿Entonces, qué hacer?

Está pendiente plantear una solución al independentismo, en base al abandono de la unilateralidad y el logro de amplios acuerdos, pero hay que tener en cuenta que el proyecto nacionalista seguirá persistiendo. De hecho, el nacionalismo político tiene sentido en la medida en la que lucha por su Estado propio. Cualquier solución táctica, que no incluya una manera de ver la sociedad catalana de forma plural y diversa, lo único que hará será reafirmar las identidades contrapuestas.

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