«CiU quería el Estatuto para recuperar el poder, y el PP lo mismo»

Entrevista a Lídia Santos
Lídia Santos
Lídia Santos

Profesora de derecho internacional privado en la UAB. Ejerció de abogada, trabajó en emigración y presidió la Asociación Catalana de Juristas Demócratas. Fue diputada en el Parlamento de Cataluña por el PSC, y participó en la elaboración del Estatuto de 2005. 

¿Por qué la reforma de 2005 del Estatuto de Autonomía para Cataluña?

Fue un proyecto en el que el Presidente Maragall tenía un interés muy especial, con su capacidad de revolucionarlo todo. Es cierto que el sistema de las autonomías ya estaba agotando sus posibilidades. Y decidió hacerlo, sin tener probablemente en cuenta el contexto y la correlación entonces existente. La segunda derivada, ya metidos en faena, es como se hizo. Mi modesta y particular visión es que uno de los problemas, que luego originó el resto (sin olvidar el contexto general en España, donde estaba un PP rabioso por haber perdido las elecciones como las perdió, la campaña de recogida de firmas…), fue que el gobierno de Cataluña debería haber puesto sobre la mesa un proyecto de Estatuto. No se quiso hacer así y se optó por lo que se llamó la “ponencia conjunta”, justamente para incorporar a todos los grupos políticos al proyecto de renovación del Estatuto.

¿Incluido el PP?

Al principio, estaban todos. Obviamente, el PP muy reticente, pero hay que recordar que aquél era el PP de Piqué, que promovía la idea de un Partido Popular de Cataluña. El diputado que le representaba era Vendrell. Las elecciones se celebraron en 2003, el Parlamento empezó a funcionar a principios de 2044 y, de inmediato, se constituye esa ponencia conjunta. En aquel momento, el PP participa en la comisión y deja de hacerlo a partir del atentado de Atocha y de todo lo que de ello se derivó. Convergencia y Unió, que también había perdido las elecciones, intenta dinamitarlo tanto como puede, desde dentro. Esquerra estuvo desde el principio, pero como le pasa muchas veces, se movía mucho. Hay que tener en cuenta que formaba parte de un gobierno tripartito en el que estábamos los socialistas e Iniciativa per Catalunya. Obviamente, trabajamos a tres para las propuestas, las enmiendas…

¿A falta de un proyecto de Gobierno, que hace la ponencia?

La ponencia encarga al Instituto de Estudios Autonómicos de Cataluña que vaya elaborando propuestas. O sea, apartados, capítulos… El Instituto, con su Presidente Carles Viver Pi-Sunyer va elaborando lo que podría llamar working papers, en forma de texto jurídico. Pi-Sunyer había sido miembro del Tribunal Constitucional y lo que hacía era introducir en la ponencia sus votos particulares, su visión de cómo resolvía determinados temas respecto a los contenciosos entre competencias, etc. Era el máximo. Estábamos dentro de la Constitución, pero en las fronteras. Por añadidura, topábamos con dificultades de las que no se ha hablado mucho pero que eran importantes. Por ejemplo, teníamos una cámara de TV3 que, tras unos biombos, nos grababa. Al final, nos olvidábamos y ni sé que se hizo con ese material. Como era una ponencia parlamentaria, era normal que se hiciera en el Parlamento y no en Nuria, Cardona u otros lugres que se ofrecieron a ello. Al finalizar cada reunión, se hacía una rueda de prensa y mi impresión es que lo que allí se decía no era exactamente lo que había pasado dentro. Y esto era un elemento distorsionador tremendo.

¿El cualquier caso, este Estatuto sigue vigente?

Si, y parece que no tenemos Estatuto y lo tenemos. Y lo aceptado de la propuesta inicial fue más que lo quitado, pero se percibió más bien como recorte y simbólicamente. Pero tenemos un Estatuto que nos da muchas más posibilidades que no se están explotando. Se recortaron algunas cosas, pero muchos artículos no se declararon inconstitucionales. La limitación viene más por la interpretación que por el recorte. Una fórmula que utiliza el Tribunal Constitucional. Eso significa que, con capacidad de negociación y flexibilidad, se pueden modificar las cosas. Por otra parte, se da la paradoja que artículos que son declarados inconstitucionales (si no son interpretados de una determinada manera) en el Estatuto de Cataluña, se mantienen vigentes en los Estatutos que se hicieron a partir de entonces en Aragón, Valencia, Andalucía y Baleares.

Los federalistas y no solo ellos, aluden cada vez más a la idea de rehabilitar, digamos, el Estatuto como vía de arranque de las reformas territoriales pendientes ¿Es esto viable?

En los momentos álgidos, cuando se discutía el Estatuto en el Tribunal Constitucional, recordaba como el primer Estatuto, el de Nuria de 1932, llegó en olor de multitudes y se le sacó mucho partido. El Estatuto, que se venía reivindicando casi desde principios de siglo, era un punto de llegada. CIU no tenía ningún interés en el Estatuto, porque solo aspiraba a utilizarlo como palanca para recuperar el poder, y el PP tres cuartos de lo mismo. Entre los que nos quieren echar y los que se quieren ir, nos estamos yendo, les decía yo a mis conocidos entonces en el Ministerio de Justicia. Me respondían “estás exagerando”, pero aquí tenemos el resultado.

¿Si hubiera que volver a la senda del Estatuto, por donde habría que hacerlo?

Siendo muy pragmáticos, entre los temas más críticos está, sin duda, la fiscalidad. Nuestro sistema autonómico es federalizante. Ya lo decía Solé Tura y, de hecho, así se interpreta en los estándares internacionales del federalismo. Posee algunos de sus elementos clave, pero carece de uno fundamental que es el de la coordinación de las decisiones que afectan al conjunto. Cosa que quiere decir que, efectivamente, el Senado debe funcionar como una cámara territorial.

¿Más allá de la obviedad independentista, que juega en otro terreno, donde podríamos situar el epicentro de la resistencia al cambio territorial en España?

Siempre hay intereses ligados a las cosas. Es natural, por ejemplo, que la alteración el actual statu quo afecta a quienes están más vinculados a él. Pero tengo la impresión que la resistencia es más que nada de carácter ideológico, más simbólica que real. Un pretexto, en fin, para, sobre todo, hacerse con el poder. Estos supuestamente ultra-constitucionalistas son, en realidad, anti-constitucionalistas porque, digamos, la mayoría de lo que están proponiendo va en contra de los elementos más esenciales de nuestra Constitución.

¿Un mundo al revés?

Si, el mundo está tremendo, pero con muchos signos de esperanza. Nada es irreversible, para bien o para mal. Pero de lo que creo que no voy a dimitir nunca es de mi condición de ciudadana. El problema está en que la ciudadanía es en realidad una responsabilidad y no un privilegio. Esto nos cuesta entenderlo en términos generales. Y los deberes, como los derechos, hay que entenderlos como una cuestión de los individuos, de las personas. En cualquier caso, quienes no tienen derecho son las instituciones.

¿No está reclamando el actual estado de cosas una gran batalla cultural, capaz de despejar algo el horizonte y empezar a llamar las cosas por su nombre?

Cataluña, en estos momentos, es fundamentalmente un mar de confusión. Todo sirve para todo, nada sirve para nada. Hay una necesidad perentoria de hablar, de hablar franca y tranquilamente. Para empezar, desde el respeto democrático a las opiniones ¿Dónde hemos colocado a los intelectuales, si eso acaso existe?  Cuando en España teníamos como programa televisivo de referencia “La Clave” que mucha gente veía, y ahora es “Sálvame” o “Gran hermano”, la educación sentimental es otra. Sin olvidar que, en Cataluña, hay que agregar cosas como todo el proceso de aculturación del pujolismo, con las subvenciones a determinadas personas, y el ninguneo de otras… Y, desde luego, está la polarización que impide u obstaculiza cualquier intento de debate.

¿Es este contexto, hablar con normalidad no conlleva acabar con la tergiversación, la apropiación de los hechos históricos, de las ideas, de las palabras…, con la gran mixtificación dominante, que nos está volviendo locos?

Cuando se dice que el “Procés” es un movimiento de abajo a arriba, sencillamente es mentira. Absolutamente, mentira. Esto es un movimiento dirigido desde arriba, que tiene nombres. Desde su origen, constituye un proceso de acumulación de fuerza, con la ventaja que ahora se hace desde el poder, con todos sus medios. Vivimos una perversión, pero que resulta efímera, sin calado… Algo que no es privativo de Cataluña. Ahí están Salvini y el movimiento 5 Stelle, en Italia. Es la inconsistencia y una falta alarmante de responsabilidad en la ciudadanía. Cuando se denigra la política, llegan a ellas determinados personajes, que siempre han existido, pero no con la dimensión actual.

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