«La patología del ‘procés’: mucha gente está viendo lo que no hay»

Entrevista a Lluís Ciprés
Lluís Ciprés
Lluís Ciprés

Médico especialista en psiquiatría. Ejerció durante cerca de 30 años en el hospital psiquiátrico de Salt (ahora, Parc Marti i Julià). En la estela del prestigioso psiquiatra francés Philippe Pinel, se siente satisfecho de haber contribuido a llevar la psiquiatría a su lugar.

 

¿Forma usted parte de los revolucionarios movimientos de renovación de la psiquiatría, que David Cooper bautizó como “anti-psiquiatría”?

Durante mucho tiempo, milité en ellos, porque llegué al manicomio en 1985, cuando todavía se ataba a la gente con cadenas de hierro, a veces a una argolla, y se les daba de comer, como a perros, en un plato de plástico en el suelo, porque se les consideraba peligrosos. Y, curiosamente, las mayores dificultades para cambiar aquello las encontré en el personal que, hay que reconocerlo, era claramente insuficiente. Empezamos a hacer pruebas y al final, hubo gente que, después de un proceso, acabó sentada a la mesa con otras personas.

¿Cuál era entonces la actitud de la Generalitat, que ya disponía de competencias sanitarias?

La Administración no colaboraba, pero tampoco había nada en contra. El mérito del cambio en los tratamientos psiquiátricos corresponde a los trabajadores de los centros, y en especial a los psiquiatras. A principios de los 70, hubo un grupo (Víctor Aparicio, de Asturias, Rendueles, Torres, Benítez, Torrell…), que me llamaron para trabajar con ellos en el manicomio de Salt, justo cuando me amenazaron con echarme del Hospital Trueta (donde yo estaba entonces) por haber dado apoyo a una huelga de residentes. Nosotros dependíamos de la Diputación, porque en aquellos momentos la psiquiatría formaba parte de la beneficencia. De pequeño, ignoraba que Salt fuera un pueblo. Yo creía que era un manicomio.

Así fue surgiendo en Gerona un modelo diferenciado de asistencia psiquiátrica…

Hicimos muchas cosas. Salimos fuera, al territorio, donde creamos en cada comarca un equipo de psiquiatría pública, con psiquiatras, psicólogos, asistentes sociales, auxiliares, administrativos y monitores. En las comarcas había un centro de salud mental para adultos, otro para niños y jóvenes, otro especializado en toxicomanías, centros de día, pisos de acogida… Gerona es en este sentido una referencia, porque toda la psiquiatría que se hace es pública. Cosa que no ocurre en el conjunto de Cataluña, donde hay más bien una mezcolanza de cooperativas, privados…

¿La ola privatizadora en la sanidad catalana afecta también a la asistencia psiquiátrica?

Desde luego. Por ejemplo, en Tarragona quien maneja mayoritariamente la psiquiatría es un operador privado de servicios, la fundación Pere Mata. En Lérida, hay mayor participación pública, pero también varios privados. Sin embargo, en Gerona y pocos sitios más, se sigue cumpliendo una norma implantada por Ernest Lluch, según la cual los enfermos psiquiátricos agudos tenían que ser atendidos en un hospital general. Esto supone que un enfermo psiquiátrico que padece alguna otra dolencia puede ser atendido por un especialista. En Sant Boi, por ejemplo, esto no se hace. De todos modos, los negocios que intentan desembarcar en la Sanidad, con la psiquiatría se atreven menos. En Barcelona, muchos centros de salud mental son cooperativas, cuyo origen se remonta a iniciativas de médicos que, con la colaboración de asociaciones de vecinos y otras entidades. Con el tiempo, estos centros han ido evolucionando y ahora son más bien privados.

¿Se puede hacer un diagnóstico de la salud mental en Cataluña?

La salud mental en Cataluña tiene problemas de tratamiento. Los índices de enfermedades, sobre todo en trastornos graves (esquizofrenia, trastorno bipolar, paranoia…) no han variado mucho. Lo que sí se han agravando son las depresiones reactivas, abusos de substancias, alcoholismo, suicidios…, directamente achacables a cuestiones sociales y, en concreto, a problemas derivados de la pobreza. En plena crisis, comentaban los compañeros la multiplicación de casos de esta naturaleza. Y esto pasa en todas las especialidades. Por eso, en Nou Barris la gente se muere antes que en Sant Gervasi.

La práctica de la psiquiatría está también vinculada a la acción judicial, policial…

Hay un grupo de activistas sanitarios, como yo, que está diciendo que no se ate a los enfermos. A lo largo de mi vida, yo he ordenado cientos de sujeciones mecánicas, algo que desde la visión actual parece bastante injustificable. Y es verdad que no hace fala atar a nadie. Cuatro personas pueden sujetar a un psicótico agresivo. Pero claro, es más barato poner una brida. Ahí está el problema. Aquí, aunque no me gusta decirlo porque es algo muy sobado, se gasta el dinero en “embajadas” y, en cambio, en atender a gente que está sufriendo, se recorta. Seguro que en el Hospital de Santa Caterina, nuevo y bonito, hay en estos momentos gente atada, porque falta personal. Cuando estaba en activo, yo disponía de un cuarto de hora por cada segunda visita y tres cuartos de hora para las primeras, pero a la hora de la verdad me coincidían cuatro pacientes a la misma hora.

¿Un conflicto político como el que se vive actualmente en Cataluña no genera, digamos, desequilibrios psíquicos, personales o colectivos?

Ofrecen algo maravilloso, que es la independencia, donde todo irá muy bien. Algo que es fácil que la gente se ilusione y se lo crea. Es decir, que tienen ilusiones, que no es más que ver las cosas más bonitas de lo que son. En tal sentido, la psicopatología del “Procés” es que hay muchísima gente que está viendo lo que no hay. Y la ilusión, más allá del sentido que le damos en nuestra vida cotidiana, es un signo psiquiátrico. No es una alucinación (aunque es posible que algunos las tengan), pero sí que puede interpretarse como un trastorno que, sin duda, generará mucha frustración cuando las cosas no vayan por donde se había dicho. También genera fobias, que es una reacción exagerada a algo que es normal.

¿Podría tener alguna calificación específica esta “psicotización” social que nos invade?

Se podría analizar con detalle todo esto, que nosotros estamos haciendo de forma coloquial e improvisada. De todas formas, no se puede deducir de la realización de determinados actos que alguien esté mal de la cabeza. Hay personas muy malas, y hay personas muy buenas que no tienen ningún diagnóstico psiquiátrico. Es que, simplemente, son malas o son buenas. No se puede decir que Puigdemont, que declara la república, se va a comer a Gerona y luego se marcha, padezca alguna alteración psiquiátrica. Creo que, visto por un psiquiatra, de arriba abajo, se concluiría que es normal. No tiene ninguna enfermedad. Hay gente así. Me enfadé mucho con un psiquiatra muy conocido que, preguntado en una televisión por Sadan Husein, empezó a decir tiene esto, aquello y lo de más allá. No es eso. Sería un dictador, un criminal, lo que quieras, pero no se pueden hacer diagnósticos psiquiátricos, sin llegar siquiera a ver a la persona.

¿Considera que la salud mental es indisociable de la lucha contra las desigualdades?

Si, con estas desigualdades vamos a tener problemas muy graves. Hay que luchar contra la desigualdad, que no es tan difícil. Se trata de prestar más atención a los pobres, mediante mecanismos como la renta básica universal. “Nuestro primer pariente (Jesucristo…), murió rodeado de sobrinos, pero sin hacer testamento. Por eso ahora, todo es de todos”, dice un poeta amigo mío. Esto es lo que hay que entender y ser consecuente con ello.

En definitiva, la psiquiatría tiene bastante que ver con la forma de ver y gestionar las cosas, con la política…

En Gerona había más psiquiatras que psicólogos. En las áreas básicas, donde se tratan cosas que parecen nimiedades, el psicólogo puede detectar malestares familiares, económicos…, que muchas veces se enmascaran, a veces por un cierto pudor. Nadie, por ejemplo, se atreve a decir que es pobre. El médico de cabecera debería tener siempre el soporte de un psicólogo. En tal sentido, no sirven solo los modelos, sino sus desarrollos. Por ejemplo, el esqueleto asistencial de salud mental en Gerona es bueno, y hasta ha sido reconocido con premios europeos. Pero le falta músculo.

¿Existen en este campo referencias dignas de ser imitadas?

Existen cuatro grandes sistemas sanitarios, el inglés NHS; el alemán, creado por Bismarck; el de EE.UU. totalmente privado y el ruso, que tiene el nombre de su creador: Semashko. Cuba es actualmente el mejor ejemplo de este último y constituye un modelo de referencia: pocos medicamentos, muchos médicos; la gente se tiene que llevar la ropa de cama y la comida al hospital…pero da igual. Tienen una sanidad buena y, sobre todo, equitativa.

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