Ideología y taxonomía

Encuentro revolviendo las estanterías de una librería de Londres un escrito de George Orwell titulado 'A propósito del nacionalismo' y descubro que para el autor, tantas veces mencionado y, seguramente, tan pocas leído, de '1984' y 'Rebelión a la granja', el nacionalismo es un peligro porque detrás suyo no hay nada más que una immensurable ansia de poder. De hecho, cree que cambia la ideología por la taxonomía al asumir –y cito literalmente– que "todos los seres humanos pueden ser clasificados como insectos, que decenas de millones de personas pueden dividirse entre buenas y malas". Una clasificación basada en absurdos como el lugar de nacimiento, a partir de la cual se otorgan una serie de atributos, positivos para los propios y negativos para los ajenos, con los cuales resulta fácil descubrir un enemigo a quién endilgar el origen y razón de todas las desgracias que nos rodean.

El nacionalismo es para Orwell la negación del otro, por eso pone en el mismo saco religiones y totalitarismos. Y negar al otro es negar uno de los principios básicos de la democracia, que es el respeto por las minorías.¿Cuáles son los rasgos básicos de un nacionalista para Orwell? Ante todo su idea de superioridad y su obsesión por el país. Cualquier discusión, todo debate, irá a parar a la idea de nación, y quien sostenga posiciones críticas, y ya no digamos quién defienda pareceres contrarios, será inmediatamente calificado de traidor y de enemigo.

En segundo lugar, la más absoluta indiferencia por la realidad. Una misma acción puede ser buena o mala en función de quien la lleve a cabo. El pasado es una materia que es alterable: de hecho, los nacionalismos dedican gran parte de su tiempo a reinterpretarlo y a fantasear sobre cómo habrían sido las cosas si unos hechos determinados hubieran sido diferentes. Unas reinterpretaciones poco inocentes, que acaban por convertir la historia en pura propaganda. Esta indiferencia por la realidad los lleva a sobrestimar sus fuerzas y subestimar las de sus adversarios, hecho que a menudo les conduce a la derrota absoluta. Al final tampoco importa mucho, pues una derrota se convierte en un nuevo agravio, y lo que de verdad importa no es tanto la patria como la idea de patria y mantener una cierta idea de superioridad moral detrás de la cual se esconde el deseo de obtener poder y prestigio para la nación o entidad que el nacionalista haya escogido para diluir su individualidad.

Podemos ver en la Catalunya de hoy los síntomas descritos en este libro escrito en 1945 por un George Orwell poco amable con un nacionalismo que considera la semilla de todos los males que condujeron al desastre de la II Guerra Mundial. Una carencia de amabilidad que se vuelve especialmente cruel cuando afirma que "algunos nacionalistas no están lejos de la esquizofrenia, viven muy felizmente entre sueños una idea de poder y de conquista que no tiene ninguna conexión con la realidad del mundo físico".Un mundo dividido entre buenos –los míos– y malos –los otros– que también describe el recientemente traspasado Amos Oz en su magnífico libro 'Contra el fanatismo', un mundo que mantiene desde el mismo inicio de la humanidad una lucha que enfrenta fanatismo e tolerancia. Fanatismo contra pluralismo. ¿Qué es un fanático para Oz? "El fanático es un daltónico incapaz de reconocer grises y sombras. Sus ojos lo ven todo en blanco y negro y carecen de la capacidad de reconocer el más mínimo mérito –o derecho– en las consignas de sus contrincantes".

Más optimista que Orwell, Oz nos ofrece algunos antídotos. El primero es la imaginación, pues quién puede imaginar un futuro diferente nunca arriesgaría su vida o su capital político en una apuesta por el presente inmediato. El segundo es el sentido del humor, porque "un fanático puede ser capaz de emplear un sarcasmo hiriente, pero nunca podrá reírse de si mismo y de su causa, pues esta acostumbra a ser un asunto absolutamente serio y solemne". Afirma Oz en su libro que "no todos los estúpidos son solemnes, pero todos los solemnes son estúpidos".

El tercer y último antídoto, seguramente el más efectivo y el más importante, es la capacidad de ponerse en el lugar del adversario, pues seguramente aquel que por un simple instante pueda ver la realidad con los ojos de su antagonista acaba inmunizado contra el fanatismo

 

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