Animaladas

Por lo que se ve, quien la diga más gorda durante estos cinco meses se llevará el premio. No hay ninguna línea roja que separe la indignidad de la dignidad, la estulticia humana de la inteligencia, la mentira de la verdad, la animalada de juzgado de guardia de la coherencia argumental. Esto explica que el señor García se querelle contra los pobres rumanos que acabaron quemando un edificio del barrio de Sant Roc porque querían calentarse. O que el señor Bou diga en TV3 que el periodista Xavier Vinader era un delincuente por haberlo desenmascarado como falangista. O que el señor Jacobi quiera construir en medio del mar una isla con 30.000 viviendas sociales de la mano de la señora Álvarez, quien por falta de recursos económicos propios ha puesto en marcha una campaña de micromecenaje para seguir viviendo sin trabajar.

Mucho me temo que hasta el 26-M escucharemos animaladas de magnitud estratosférica y los que todavía nos tomamos la política en serio no tendremos dónde refugiarnos de tanta vergüenza ajena. La derecha, tan diversa y tan desbocada por gentileza de los electores andaluces que votaron a los fascistas de Vox, hará y deshará como querrá utilizando la democracia como excusa y la Constitución como coartada mientras la justicia mira hacia Lledoners. En nombre de la libertad de expresión ya se está proponiendo desinfectar el Ayuntamiento de Barcelona de parásitos, construir guetos para los pobres fáciles de bombardear en caso de rebelión, expulsar a miles de inmigrantes porque se comen a los niños, asesinar al presidente del gobierno central por comunista y obligar a las mujeres a continuar dejándose violar en silencio.

El señor Casado, como la mala copia de Ramsay Bolton que es, ha dejado sueltos a los perros ultras para hacer pasar su partido lleno de franquistas, corruptos y podredumbre por un centroderecha moderno de cara a este nuevo ciclo electoral. Y la estrategia de blanqueo le está funcionando de maravilla, ya que ha conseguido destronar a Cersei Díaz y colocar en su lugar a un vendedor de biblias del que ni tan solo Mariano conocía el nombre cuando lo presentó por primera vez como presidenciable de los populares andaluces. El progresismo español –y el catalán, también- haría bien en no confiar en que los colmillos afilados de Abascal, que comparte mirada siniestra con Manuel Valls, hagan el trabajo sucio y devoren a su antiguo amo porque el precio que tendremos que pagar por todo el mal infringido será terrible.

Mientras el enemigo sigue avanzando utilizando los mecanismos democráticos para después destruirlos, el progresismo civilizado se dedica a discutir sobre ética y a preguntarse qué es más razonable: ¿Ignorar sus barbaridades para no darle publicidad o plantarle cara y no dejarle pasar ni una? Si echamos un vistazo a la historia europea del siglo XX o a los recientes casos de Trump y Bolsonaro, tendremos que concluir que considerar a la ultraderecha como un compañero más de viaje no solo la normaliza a ojos de buena parte de la opinión pública, sino que también le allana el camino para convertirse en un nuevo caudillo. Hay líneas rojas que no se pueden cruzar ni que sea para honrar el sacrificio de tantos inocentes en el altar de los derechos humanos. Así que si alguien me pregunta qué pienso, responderé aquello tan manido pero tan sagrado de “ninguna agresión sin respuesta”.

La periodista Rosa Maria Calaf hablaba en el programa de Andreu Buenafuente sobre los riesgos que comporta para la democracia una ciudadanía desinformada, sobre todo cuando a la hora de votar, lo hace con los intestinos y no con el cerebro. En nuestra mano, también en la de los periodistas con consciencia de servidores del bien común, está que personajes tan esperpénticos como el señor Jacobi –que confunde Trump con el Tram- y tan malignos como el señor Valls –que mezcla seguridad con inmigración- no pasen de ser una anécdota y acaben en la papelera de la historia. Y cuando el señor García alimente de nuevo el fantasma de la xenofobia, expliquemos miles de veces si hace falta que los vecinos rumanos de Sant Roc no eran ilegales porque los empadronó él cuando era alcalde de Badalona. Al fascismo, ni agua.

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