Maritimidad

Esta capacidad de funcionarios y políticos de inventar palabras que no quieren decir nada me tiene fascinada. Durante un tiempo me dediqué a hacer una lista que todavía conservo. El vicio lo cogí de mi época de periodista de información política y, concretamente, de los años que me tocó informar de las proezas de Pasqual Maragall. Hicimos una recopilación tan espectacular que dos colegas no dudaron en hacer un diccionario Maragall-Catalán y publicarlo. Hace una semana volví a escuchar aquel pitido agudo en las orejas que me avisaba de un nuevo descubrimiento desconcertante. Todavía no he podido descubrir si el responsable de la palabrota «maritimidad» se refería a una ciudad abierta al mar o a una ciudad marítima, pero es igual porque suena la mar de bien.

Suerte del regalo lingüístico para calmar mi indignación ante la falta de interés de la prensa por conocer los detalles del misterioso pacto que ha firmado hAda Colau con Sixte Cambra para enterrar el hacha de guerra. El debate «Ciudad-Puerto: ¿hacia qué modelo vamos?« organizado por el Instituto Náutico de Barcelona era una gran oportunidad para intentar entender qué supone el acuerdo con el Puerto de Barcelona más allá de las palabras. La razón es que uno de los participantes era Marc Garcia, director de la Oficina del Plan Estratégico del Delta del Llobregat y el técnico encargado de la redacción del acuerdo de marras. El acto era doblemente interesante porque la crítica al gobierno de los comunes estaba garantizada con la participación de entidades que luchan contra la masificación turística y la contaminación.

La encargada de abrir el debate fue la regidora de Ciutat Vella. La combativa Gala Pin, forjada como activista en las luchas de la Barceloneta, mostró su cara más políticamente correcta defendiendo el acuerdo porque significa «un punto de inflexión para pensar qué modelo de frente litoral queremos de aquí a 10 o 20 años». Se notaba que Pin no estaba muy cómoda en su papel institucional. En un momento de su intervención admitió que habían tenido que hacer un ejercicio de realismo porque «cambiar las dinámicas es complicado» y más si estamos hablando del poderoso Puerto de Barcelona. «Hemos estado meses para cerrar un acuerdo que va ligado a la reducción de cruceros y a la recuperación de espacios públicos», recordó. Es una pena que olvidase comentar que en la negociación no se ha contado con la presencia de representantes de los barrios más afectados por la actividad portuaria.

Marc Garcia, mucho más cómodo en su papel de padre de la criatura, destacó el gran ejercicio de concertación hecho por las dos partes a pesar de que el acuerdo está en realidad sujeto a un montón de compromisos futuros que puede que se cumplan o puede que no. El grado de cumplimiento dependerá de la voluntad del substituto de Cambra y de los resultados electorales de los comunes, últimamente en horas muy bajas. Garcia explicó que habían aprovechado dos conflictos –la nueva bocana y la licitación de la tercera fase de la ampliación del muelle adosado- para sentarse a negociar. «Aparece en un terreno de juego para la negociación que nos lleva a un pacto sobre la reordenación de terminales de ocho a siete. Les decimos: retírenos las terminales de cruceros y definamos un mapa de la ocupación del muelle adosado que nos permita liberar espacios de uso público», explicó contento porque habían arrancado a la sinuosa autoridad portuaria el compromiso de hacer un estudio de movilidad.

Fue llegar el turno de las entidades y comenzar las críticas y las demandas. La primera, que se rectifique un pacto que consolida el modelo de explotación privada del litoral barcelonés de siempre. BComú ha firmado un acuerdo que ni reduce el número de cruceros, ni rebaja la contaminación y la sobrecarga de turistas, ni asegura los espacios públicos demandados, ni cierra la puerta a la construcción de una franquicia del museo Hermitage, un polémico proyecto promovido por oscuros empresarios rusos. De todos los reproches hechos por los representantes de la Asamblea de Barrios para un Turismo Sostenible (ABTS) y de la Plataforma por la Calidad del Aire, quizás el que más daño hace a Colau es que su manera de hacer política últimamente no se diferencia mucho de la de sus predecesores. Suerte que nos queda la maritimidad para consolarnos.

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