Años ciegos, años aciagos

El periódico francés Le Monde del pasado jueves 12 de octubre dedica varias páginas a la cuestión catalana. La independencia en suspenso, la frustración de la CUP, un gobierno español que rechaza el diálogo de «igual a igual»: si claudicas hablamos, si no, te mando el 155. Y por el otro lado: imposible el diálogo si antes no dimiten los responsables de la represión del 1-0, dice Toni Soler el mismo día en el diario Ara; ahora se suman los Jordis en la cárcel. Me recuerda a cuando de pequeña me encerraban en el cuarto oscuro si no quería comer. ¿A nadie se le ocurría nada para cambiar el menú? ¿No sería que había mar de fondo en la mesa?

Para resolver un conflicto hay 4 premisas: ponerse en el lugar del otro, escuchar activamente, reconocer el problema y no deducir intenciones.

Ponerse en el lugar del gobierno español significa entender que, al desastre económico, territorial, estratégico, político y moral de perder Cataluña, se suman las ideas de que: 1) debe proteger a los españoles de fuera de Cataluña de esa pérdida, 2) debe proteger a los españoles de dentro de Cataluña para que nadie decida por ellos, 3) debe proteger a Europa para que no se balcanice.

Está claro que tras estas ideas hay otras tantas realidades: a saber, las distintas autonomías no se han desarrollado por igual y son dependientes, algunos españoles dentro de Cataluña no se han adaptado ni integrado lo suficiente en el país en el que han decido vivir, Europa no es lo bastante flexible como para reconocer las minorías históricas.

Ponerse en el lugar del gobierno catalán significa entender que, a la humillación de no poder ser un estado soberano y decidir su futuro se suman las ideas de que: 1) los pueblos del mundo tienen derecho a la autodeterminación gestionada por medios no violentos, 2) la integración de todos los inmigrantes (ricos y pobres) en un proyecto catalán es posible, 3) una Europa compuesta de países pequeños es más susceptible de progreso social y de menos corrupción política.

Y hay también realidades tras estas ideas, que son: la división es un virus contagioso que aparece si el enemigo común desaparece, no se puede integrar a quién no quiere y ni hacer que un grupo acepte perder privilegios, sobre todo si tiene representantes; Europa tiene unos contratos en marcha y no puede ni quiere cambiarlos (los únicos países que apoyan a Cataluña son los que están fuera de la Unión y desean que ésta se vaya al garete).

Pero cada bando de este conflicto se niega a ver el punto de vista del otro: unos se atrincheran en el aparato del sistema judicial y los otros en el prototipo de su sueño. «Se diría que la televisión española y la catalana hablan de mundos diferentes» reza el artículo de Le Monde, y es una buena muestra de que la posibilidad de diálogo se ve tan comprometida como en los mejores matrimonios cuando arreglan sus diferencias a golpes con la plancha.

Cuando los asuntos ya no se pueden arreglar con sobres ¿cuál es el ejercicio de imaginación que debería hacer cada parte para que nuestros hijos dejen de ser espectadores de una eterna y lamentable reyerta?

Mientras los gallegos y los asturianos se queman sin ayuda, Puerto Rico lleva un mes sin agua ni luz… otros huracanes soplan por otros lares, y resuenan los versos de Sánchez-Ferlosio: «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, vendrán más años ciegos y nos harán más malos».

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