No estamos solos

Lo del eslabón débil no es privativo del izquierdismo infantil. Muchos y muy diversos agentes públicos y privados, de diverso pelaje y condición, están muy interesados en una Cataluña como eslabón débil, no solo de España, sino también de Europa.

En el siglo XVIII, el filósofo escocés Thomas Reid formuló que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. Algo tan aparentemente simple, derivó en teorías y estrategias en los más diversos campos. Entre ellos, por ejemplo, el de las luchas políticas. Al enemigo no hay que hacerle frente de manera indiscriminada, golpeando sin más. Hay que detectar cuál es su eslabón débil y concentrar en él los golpes. Así, con fuerzas limitadas, es más fácil romper la cadena de poder.

Esto, que constituye casi un tópico de las teorías de la conspiración, es lo que se está experimentando en Cataluña. Es decir, la acción del nacionalismo y movimientos colaterales erosiona significativamente la vida política del país que, en consecuencia, se convierte en eslabón débil del orden de cosas establecido. O sea que «abundemos ahí, echemos más leña al fuego», se plantean los interesados, por una u otra razón, en que el eslabón se rompa.

Puede parecer, a simple vista, que todo esto es más bien cosa de cuperos y adláteres, obsesionados con Rajoy, la Constitución, el Estado, la patria o asuntos similares. Y así lo es en cierto sentido. Pero basta levantar un poco la vista para ver que los catalanes y Cataluña no estamos solos, sino todo lo contrario. Y no en el sentido de estar «acompañados», cosa más bien placentera, sino en la de compartir el espacio y el tiempo con una multitud que, a día de hoy, como profetizaba Marcuse, se ha convertido en una aldea global.

Las coreografías del nacionalismo han ido reduciendo Cataluña a una burbuja endógena, que se recrea en sí misma, incapaz de ver lo que le rodea e incluso de mirarse a sí misma. El «procés» y sus circunstancias han generado una ficción alejada de la realidad, una construcción que nada tiene que ver con lo que somos y nuestras circunstancias. Todo ello, en correspondencia con el manual del buen nacionalista, adobado de reclamos familiares, estética de fiestas mayores y diversas emociones.

Como la noche de pijamas y picnics con papás y niños la víspera del 1-O, organizadas no se sabe bien por quién y exponiendo a los participantes a peligros imprevisibles, así viene operando el «procés» a lo largo de la crisis. Mediante artificios, medias verdades o mentiras, presentando las cosas como un apacible paseo campestre, la gente es concebida e instrumentalizada (al igual que en los 11 de septiembre), como masa de maniobra. Así, escalón a escalón, el eslabón se va desgastando ¿Sólo por obra de aficionados? ¿Únicamente por personas y fuerzas locales? ¿Producto, en fin, de tecnología borroka? Quizá, pero, evidentemente, no estamos solos. Y aunque nunca se llegue a saber, existir existen gobiernos, servicios, mafias, dinero, etc. etc., dispuestas a invertir en el eslabón débil catalán. Porque, solos no estamos.

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