Solo es táctica

Desmarcándose de su compañero de filas Miguel Urbán, que no dudó en tirarse de cabeza a las aguas del 1-O desde el primer minuto, Pablo Iglesias, con más finezza, reconoció que la convocatoria de Carles Puigdemont no cumplía los requisitos para ser considerado un referéndum pero, rizando el rizo, lanzó la consigna de la movilización en torno a él. Algo difícil de interpretar en su momento, que ahora se nos ha desvelado: se trataba, simplemente, de bailarle, con más o menos gracia, el agua a los nacionalistas. Y en eso estamos.

Xavier Domènech, influido por Pablo Iglesias o viceversa, repitió como un eco la consigna, que se convirtió en la posición oficial de Catalunya en Comú, por obra y gracia de la ley del embudo, de la que formalmente abomina la formación. Instalado el lema en el subconsciente de los comunes, no tiene nada de extraño que, avant la lettre, relevantes exponentes de la formación se lanzaran al ruedo. Jaume Asens, teniente alcalde de Barcelona; su compañero de filas en el municipio, Gerardo Pisarello; Joan-Josep Nuet, diputado en el Parlament; Elisenda Alamany, portavoz…, como amos del predio, proclamaron a los cuatro vientos su particular apoyo al 1-O, incluso contradiciendo algunos de los acuerdos adoptados por el partido.

Ante la reacción de una parte de las bases, que empezó manifestándose en asambleas locales y adquirió carta de naturaleza con el denominado Manifiesto de los 300, que denunciaba el 1-O y llamaba a no participar en nada relacionado con él, incluida la movilización adelantada por Pablo Iglesias y Catalunya en Comú, el partido convocó una votación interna preguntando si se estaba a favor o en contra de la movilización. Según resultados oficiales, un 59,39% votaron a favor y un 41,6% en contra. Apabullante resultado que a cualquier político con dos dedos de frente le hubiera dado que pensar. No a los dirigentes de Catalunya en Comú.

En vez de dar voz a tan significativo movimiento de partidarios de desmarcarse de todo lo relacionado con el referéndum, la dirección lo silenció, al tiempo que arreciaban los pronunciamientos a favor del proyecto nacionalista. Xavier Domènech, líder de la formación, no dudó en abanderarse a favor del 1-O y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, surfeaba como buenamente podía, poniendo hoy una vela a Dios y mañana otra al Diablo. Los resúmenes de prensa internos no recogieron ni una sola noticia sobre la posición del colectivo el «1-O NO es un referéndum».

En la barriada de al lado, Podem Catalunya, con un panorama interno dantesco, reproducía, caricaturizado, lo de Catalunya en Comú. En este caso, con un resultado oficial del 64% a favor de participar como movilización en el 1-O contra un 33% en contra. Como si lo hiciera a sueldo, Albano Dante Fachín, desbordaba entusiasmo a la hora de repicar las campanas del 1-O.

Todo ello, en fin, interpretado, justificado y vendido como táctica. Es decir, como un movimiento de apoyo al nacionalismo catalán, considerando que con ello se puede acelerar no se sabe bien si solo la caída de Mariano Rajoy, la revolución pendiente o ambas cosas. Pero esto es ya asunto estratégico.

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