Nos atacan

Con el acelerón independentista de estas semanas pasa como con los extraterrestres. Nos pasamos años teorizando sobre quimeras alrededor de un mundo idílico y cuando llega la hora de la verdad, es decir, nos invaden los marcianos armados hasta los dientes y con pocas ganas de construir un mundo nuevo, nos quedamos desconcertados ante tanta mala leche. Me disculparéis si peco de irreverente al comparar el choque de trenes que tanto preocupa últimamente con un ataque alienígena clásico. Sin embargo, la metáfora sirve igual para explicar el esperpéntico desembarco de policías y guardias civiles vestidos con camuflaje de Piolín que para criticar la ingenuidad que gasta el gobierno Puigdemont ante la contrastada falta de cintura política del adversario.

Vayamos por partes. Con las cuentas de la Generalitat y los Mossos de Esquadra intervenidas, medio gobierno empapelado, los vehículos de la Benemérita tuneados y las calles de Barcelona colapsadas de terroristas cantando el Virolai, lo último que me faltaba era ver al monitor de esplai Oriol Junqueras intentar establecer alguna forma de contacto con los recién llegados para hacerles entrar en razón. «Todos nosotros somos gente honrada. Quien les ordena las detenciones y los registros no pueden decir lo mismo», aseguraba en Vilafranca del Penedès el vicepresidente intentando hacerse entender en un idioma ininteligible. Y es que decir a un ejército entrenado para no pensar que su misión es invadir la sede del PP de la calle Génova y esperar que te hagan caso es, como mínimo, desconcertante.

Es evidente que los nervios de estos días previos al fin del mundo no están pasando factura de la misma forma a todos los miembros del gobierno catalán y de las entidades satélites presididas por los sediciosos Cuixart y Sánchez. El presidente Puigdemont está más desmelenado que nunca y es de aplaudir que haya dejado atrás esta imagen de convergente de Girona sabelotodo que gastaba para revelar su verdadero corazón anticapitalista ahora que se acerca el 1-O. Parece que la cabellera presidencial se lo está pasando muy bien y que las millonarias fianzas que les están lloviendo no vayan con ella. Tampoco los disgustos parecen haber afectado mucho al líder de los republicanos. Gasta la cara de pocos amigos de siempre y lleva la americana de predicador de toda la vida.

Quien si está sufriendo de verdad –y me sabe mal, aunque no lo parezca- es el consejero de Interior. La picassiana cara de Joaquim Forn ha entrado definitivamente en la época cubista del pintor malagueño más internacional. Tantas noches sin dormir soportando el ego del mayor Trapero y manteniendo una dieta alimenticia desordenada tienen la culpa, supongo. Qué mal negocio hizo Forn al escoger la Generalitat en lugar de continuar en el Ayuntamiento de Barcelona calentando la silla de regidor veinte años más como mínimo. Es lo que tiene la ambición política: te ciega y te hace perder el mundo de vista y, a la mínima, te abandona en el zarzal. Y si no que se lo digan a los responsables intelectuales del 9-N, que no ganan para multas.

El transversal Romeva tampoco está pasando por un buen momento. Como ya era calvo de antes no puedo valorar el impacto que el estrés ha tenido sobre su masa capilar. Sin embargo, me consta que está muy disgustado por el poco eco que la invasión ha tenido en el resto del planeta a pesar de los millones de euros que el gobierno catalán ha destinado a la causa. Y es que fuera de algunas excepciones, la sensación general es que lo que nos pase importa un pimiento a todo el mundo empezando por los civilizados europeos. De hecho, si tenemos en cuenta que nadie movió un dedo mientras en los Balcanes se destrozaban en una guerra fratricida, no quiero ni pensar qué nos tendría que pasar para que los yanquis ordenasen a los aviones de la OTAN bombardear el palacio de la Moncloa. Votemos, que el mundo se acaba.

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