¿Maidán catalán?

Agotado el trilerismo jurídico, inspirado por Carles Viver Pi-Sunyer y sus boys, ajustadas todas las tuercas flojas del Govern, saturados los altavoces de la propaganda en los medios públicos, devorado por su propia agenda, agotada la función ¿qué le queda al procés? ¿Sacar gente a la calle? Esto es al menos lo que una parte del nacionalismo pretende. Lo disfrazarán de movilización cívica (por el derecho a decidir), como nos lo narró la casta mediática a escala global con el Maidán de Ucrania. Pero cuando ocurra lo irreparable, como dice Gregorio Morán en su censurado artículo de La Vanguardia, de nada valdrá echarse las manos a la cabeza.

El 21 de noviembre de 2013, grupos de manifestantes empezaron a concentrarse en la plaza Maidán de Kiev contra el Gobierno, que la noche anterior había suspendido la firma de un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (UE). Quizá por eso, Alemania, su vecina Polonia… y en general todo Occidente se apresuraron a encender la mecha, haciendo valer que aquello era muy democrático, europeísta y ciudadano. De «revolución naranja», bautizaron los marketinianos la cosa, simbolizada por una imagen tan atractiva como la de Yulia Timoshenko. Todos, en fin, encantados. Así se empujaba un poco más a Rusia contra las cuerdas.

Lo que el coro universal de aplausos al Maidán no decía es que entre la gente que salió a la plaza se encontraban Pravy Sektor, Svoboda y otros grupos fascistas, las iglesias ucranianas, servicios secretos de todo pelaje y condición, provocadores y energúmenos, como el campeón mundial de boxeo Vitaly Klitschko, conocido como «puños de hierro», que se erigió en el líder de la oposición en Ucrania, siendo recibido con todos los honores por la cancillera alemana Angela Merkel, de la que dijo que «era una de las políticas más atractivas del mundo».

La población ucraniana se encontraba virtualmente dividida: un 38% de los ucranianos apoyaba una asociación con Rusia, mientras que el 37,8 % prefería una asociación con Europa. El mayor apoyo hacia la integración con la UE se encontraba en Kiev (alrededor de 75 %) y en el oeste de Ucrania (81 %). Este apoyo se reducía al 56 % en el centro, al 30 % en el sur y en Crimea (sede de la flota póntica) y al 18 % en el este.

En enero de 2014, las protestas continuaron y los manifestantes empezaron a usar cascos, chalecos e incluso escudos antidisturbios, improvisados y profesionales. Las protestas desembocaron en disturbios. Éstas también fueron creciendo en intensidad, al punto de que hubo días en que muchos manifestantes continuaban sus protestas toda la noche, lo que hacía imposible su desalojo del lugar por parte de las autoridades. A las 8 de la noche del 18 de febrero, tras un repunte de la violencia, la policía intentó desalojar por la fuerza la Plaza de la Independencia y hubo 26 muertos. Tras dos días de tregua, se produjeron otras 65 muertes. Y, cómo no, las impactantes imágenes de la plaza dieron de manera instantánea la vuelta al mundo, a través de Internet y las redes sociales.

Ni España es Rusia, ni Cataluña es Ucrania. Pero cuando empieza a oírse que hay que llenar la Ciudadela y ocupar edificios oficiales, cuando empiezan a aparecer carteles de anónimos sinvergüenzas, como el de la foto de Franco, y, sobre todo, cuando se pone al frente de la policía autonómica a un personaje como el que se ha puesto ¿no cabe pensar que nos estamos asomando al abismo o que acaso no estamos ya en él? ¿Qué pretenden los fanáticos que están ansiosos por empezar a tocar tambores de guerra? ¿Que unos catalanes se enfrente a otros en la calle? ¿Que los mossos acaben a tiros con la guardia civil? ¿Que se cree algún mártir para mantener la llama sagrada? O, sencillamente, ¿que todo sigue siendo puro teatro para desembocar en unas elecciones?

A juzgar por los movimientos de quienes llevan las riendas del asunto, nada puede resultar menos fiable y previsible. Como no lo es, de ningún modo, la ambigua consigna de «participar como movilización» en el referéndum de Puigdemont, que nadie entiende ni comparte, sino es en clave de los nacionalistas que quieren liarla en la calle. ¿Si esto ocurriera, llamarán Podemos y Cataluña en Común a secundarlo? Y no olvidemos que muchos de los sucesos luctuosos de la historia empezaron como una fiesta. Como por ejemplo, las que durante todo el mes de agosto se celebrarán por todos los pueblos de Cataluña, con orquesta y cantantes que pedirán al personal que vote a mano alzada si está a favor o en contra del referéndum y se ponga en pie para cantar Els Segadors. Algo tan alejado de nuestras prácticas y que, personalmente, he tenido ocasión de presenciar.

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