Los tres jarrones

Ya me referí a la teoría de los jarrones en este mismo espacio cuando el expresidente Zapatero dijo que Susana Díaz era rechazada en Catalunya por ser «mujer y andaluza«. Recordé entonces y ahora parece oportuno incidir, el estorbo que pueden llegar a hacer los expresidentes cuando opinan a lo loco, sin la presión de la trascendencia del cargo. Lo explicó en su día y ha reiterado recientemente el ex socialista, Felipe González (Gas Natural): «Somos como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños, no se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando», añadiendo el sevillano esta última vez:» jarrones a la espera de que un niño les dé un codazo» y los rompa en mil pedazos.

Decía entonces y reitero ahora que en otros países la figura de los expresidentes tiene un rol muy diferente al de España.En Estados Unidos, hasta la llegada de Trump, como primer objetivo los ex se dedican a no molestar, y después escriben sus memorias y pronuncian conferencias, y si el vigente presidente lo desea, se les encomiendan misiones internacionales. Esto ha sido así desde tiempos pretéritos. Por otra parte, los presidentes estadounidenses tampoco perdían hasta ahora su tiempo en descalificar o deshacer lo que había hecho su predecesor y, así, las convivencias son más fáciles. Lo cierto es que con la llegada del ‘verso suelto’ Trump a la presidencia estadounidense, éste hace y deshace y ataca y esto provoca legítimas defensas.

En España los expresidentes ejercen su poder y lo hacen a sabiendas de sus repercusiones. El otro día se reunieron González, Aznar (Endesa) y Zapatero (consejero de Estado) y coincidieron en su oposición sobre el referéndum catalán. Es difícil encontrar puntos de acuerdo entre ellos y, quizás aún más, entre ellos y sus respectivos partidos, pero en el caso catalán el círculo se cuadra con inusual facilidad. González y Zapatero, partidarios de la líder andaluza Susana Díaz, salieron perdedores en las pasadas primarias socialistas y consta la distancia que les separa del actual líder socialista, Pedro Sánchez. También son públicas y notorias las diferencias entre el expresidente Aznar y el presidente Rajoy (PP). Sin embargo, entre ellos y con sus partidos, coinciden sólo en la oposición al referéndum, una coincidencia que invita a la reflexión.

Catalunya no se queda atrás en las injerencias de los expresidentes. Salvo Pasqual Maragall, recluido por enfermedad, los demás influyen con desigual intensidad. No descubriré ahora y aquí como Jordi Pujol y sus asuntos de familia trastocan día sí y día también el trajín de la política catalana. Por otra parte, el socialista José Montilla ya decidió en su momento mantenerse en la segunda fila política como senador español y, por tanto, continuar incidiendo. Por último, tenemos el caso de Artur Mas, que fue apartado a desgana de la política y que continúa removiendo todo lo que puede en el proceso; una inquietud que va ensanchando las distancias con el presidente Carles Puigdemont.

Como los yogures, los políticos, como tantos otros profesionales, deberían ir con fecha de caducidad. Los nuevos, por inexpertos que puedan ser o parecer, merecen el derecho a equivocarse libremente, sin la maestría pontifical perpetua y agotadora de sus ‘ex’.

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