Los Comunes afirman que han llegado a la política para quedarse

A las tradicionales familias socialistas, anarquistas, comunistas y otra parentela diversa, se suman ahora los comunes
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«¿Comunes? ¿Comunes?», se pregunta, irritado, el liberal de turno (versión catalana business friendly), y se responde, concluyente: «Comunistas, esto son». Y se equivoca de medio a medio. Porque si bien es cierto que entre los comunes hay comunistas, también hay otra gente que viene de otras izquierdas y, sobre todo, hay gente que, habiendo militado en causas muy diversas, no cuenta con antecedentes políticos. Igualmente, se sentirá frustrado quién busque en los comunes alguna sofisticada arquitectura teórica, un guru o un think tank capaz de explicar a solas el fenómeno. Los comunes, tal y como dice su nombre, están emparentados con lo que es común, con aquello que adquirió naturaleza institucional con la creación de la honorable Cámara de los Comunes del Reino Unido, cosa que, asociada a las personas (la gente vulgar), nos sirve aquí para definir una mayoría social, aquello que algunos continúan denominando pueblo.

Según Joan Botella, catedrático de ciencia política de la Universitat Autònoma de Barcelona, para entender a los comunes hay que partir del descrédito de los partidos políticos. «Por razones diversas, esto en nuestro país y en algunos países vecinos es hoy un factor descalificador», afirma. Para Botella, también hay que tener en cuenta el elemento generacional. «Gente joven que busca formas nuevas de irrumpir en el escenario político«, explica.

El movimientismo no es nuevo. En Cataluña, sin ir más lejos, ha habido intentos, algunos de los cuales recientes, de crear movimientos similares a los comunes, cómo ha sido el caso de la CUP, que no es un partido sino grupos locales que después actúan conjuntamente en el Parlamento. Igualmente, Herri Batasuna y sus marcas han sido más bien movimientos que partidos. Podemos, Syriza y la Francia Insumisa, por citar fenómenos cercanos, también comparten bastantes características y pueden ser considerados comunes, al menos observados desde una cierta distancia.

En todos los casos, cuando aparece la crisis económica y el establishment, ligado de manos y pies ante la catástrofe, no ofrece ninguna respuesta, estas fuerzas se atreven, creen posible asaltar el cielo. Convergen fragmentos de partidos políticos o partidos preexistentes, activistas de los movimientos sociales… Todo esto, impulsado con un instrumento muy fuerte, las redes sociales. Un día te incorporas en internet, das tus datos… y entras a formar parte del colectivo, que te da derechos de voto. «En términos de organización democrática tradicional -apunta Botella- esto hace poner los pelos de punta. ¿Quién se tiene que reunir, quién tiene que votar, cómo…? Y todo esto acaba dando mucho poder al líder, hecho que entra en contradicción con la radicalidad democrática del movimiento».

Los comunes no son nada homogéneos, y precisamente su diversidad genética les ayuda a adaptarse al terreno. Por ejemplo, entre Podemos y Barcelona en Comú hay notables diferencias, empezando por su origen. Podemos apareció por arriba, en unas elecciones europeas, e incluso rechazaba la posibilidad de presentarse a las municipales. No obstante, Guanyem, como se denominó lo que ahora es Barcelona en Comú, nació municipalista, a pesar de que tenía la mirada puesta en otros horizontes políticos, como reiteraba Ada Colau, quizás pensando en su propio liderazgo.

También forman parte de Barcelona en Comú, Podemos, ICV, EUiA y algun otro movimiento, como Procés Constituent, liderado por Arcadi Oliveres y Teresa Forcades. 

COLAU MARCA PERFIL

En esta alianza, el colectivo más afín a Colau, procedente mayoritariamente de la PAH y otros movimientos sociales, marcó perfil desde el primer momento. Diferenciándose de la gente de Iniciativa y de Podemos, los que empezaron a autodenominarse comunes coparon buena parte del poder municipal conseguido en las elecciones. Iniciativa consiguió acomodarse con cierto éxito a la nueva realidad y Podemos, que aportó apoyo político, técnico y también mano de obra en Barcelona en Comú, no recogió todos los frutos que parecía que merecía.

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