Maestros de la palabra

Me he quedado tan afectada después de ver a Esperanza Aguirre llorando en la televisión por culpa de una rana –o un sapo- que el disgusto que llevaba por la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de renunciar a la gran idea convergente de hacer una pista de esquí en la Zona Franca se ha quedado en nada. Que quede claro que pienso que la hAda Colau se ha equivocado haciéndola desaparecer con un golpe de varita. Desde el punto de vista medioambiental era totalmente sostenible y, además, habría promocionado todavía más la ciudad, últimamente menos saturada de turistas de lo que los vecinos piensan. Darse un bañito en la playa por la mañana y esquiar por la tarde sin salir de Barcelona nos habría hecho imbatibles en el mercado internacional de los tiburones especuladores.

Suerte que los barceloneses somos gente pragmática y poco inclinada a deprimirnos ante las adversidades. Como nos hemos quedado sin poder esquiar, volvemos a celebrar Sant Jordi comprando absurdos libros mediáticos que apenas sirven para falcar muebles. He de admitir que esta fiesta me provoca un sentimiento contradictorio que se repite en cada edición y que culminó hace dos años, cuando tuve que promocionar un libro malévolo sobre la presidenta de Cataluña. El regusto machista y mercantilista que me queda después de cada diada hace que me prometa a mí misma no volver a repetir la experiencia. Espero conseguirlo algún día.

En el actual contexto de arenas movedizas internacional donde Trump y Putin juegan a ver quién la tiene más larga recuperando los añorados tiempos de la guerra fría, todos miramos hacia Francia aguantando la respiración. No sé yo si haber recibido el asesoramiento electoral del equipo de Pablo Iglesias ha sido una ventaja o un inconveniente para el candidato de la izquierda francesa nacido en Tánger, porque ya sabemos que los franceses son muy suyos y las simpatías hacia los españoles son muy pocas. Entiendo que después del corte de digestión que les provocó la traición de Tsiriza, los podemitas hayan intentado buscar un nuevo referente para no sentirse tan solos en este desierto humanitario que es Europa, pero una cosa son los deseos y otra la xenofobia alimentada por los fascistas de siempre.

Si habéis sido capaces de leer estos tres párrafos seguidos, quizás os preguntéis qué puñeta tiene que ver el título del artículo con todo lo que he explicado hasta ahora. Tiene que ver con el hecho de que en este escenario tan convulso incluso los cínicos necesitan de tanto en tanto una chispa de esperanza. En el anterior artículo hice una alusión a la banalidad del mal que un lector encontró poco adecuada. Respeto su opinión, pero si bien es cierto que era una definición que Hannah Arendt hizo en el marco del juicio a un nazi miserable, para mí trasciende el momento histórico porque también aborda la responsabilidad que, como sociedad, tenemos ante los actos de barbarie dichos y hechos por uno de nuestros miembros y sobre los que callamos la mayoría de las veces.

Buscando y rebuscando he encontrado consuelo a tanto desasosiego en la música, como me pasa siempre. Los maestros de la palabra (Al Mutakallimun) es el último trabajo discográfico de la cantautora argelina Souad Massi. Ella, como yo, sigue pensando que estos momentos tenebrosos pasarán y que tarde o temprano la humanidad recuperará la cordura perdida (si es que alguna vez la tuvo). «El recuerdo de esta época de tolerancia parece brillar como una señal dentro de la obscuridad del sin sentido de hoy y del tribalismo religioso», explica, refiriéndose al ejemplo de armonía, intelectualidad y convivencia que representó Al Ándalus y concretamente Córdoba bajo el reinado de la dinastía omeya.

Las canciones de Massi, a quien descubrí hace tiempo gracias a una vieja amiga irlandesa católica practicante, han buscado también el consuelo y la esperanza en estos maestros de la palabra. Partiendo del respeto mutuo y del diálogo entre culturas y religiones, estos sabios hicieron posible que la humanidad trascendiese su primitivismo y su ignorancia, y su luz todavía nos ilumina a pesar de que algunos salvajes erigidos en salvadores de los pueblos se empecinen ahora en dejarnos en tinieblas.

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