El abuelo Millet

A Félix Millet le tendrían que dar el óscar a la mejor interpretación masculina. El saqueador confeso se ha presentado cada día al juicio por el caso Palau en un estado tan lamentable que es imposible no sentirse conmovida y reclamar a los cuatro vientos la justa absolución de sus pecados como en el caso de la inocente infanta Cristina. Sólo los que no tienen corazón y los que conocen al detalle la magnitud del robo cometido por él y su cuadrilla durante décadas son capaces de no sentir compasión ante tanto desamparo. El abuelo Millet ha comparecido ante los jueces en una silla de ruedas tan escacharrada que cada vez que se movía los chirridos retumbaban en el interior de la sala y recorrían toda la Ciudad de la Justicia hasta llegar más allá de la Gran Vía.

Si el propósito ha sido dar pena a la audiencia y demostrar que ahora es más pobre que una rata y que su salud cuelga de un hilo, he de reconocer que su actuación está siendo perfecta. La silla de ruedas parece salida de un contenedor de basura y su figura, encogida y vestida con una destartalada y arrugada americana, sólo se mantiene en este mundo gracias a las atenciones del silencioso asistente que le acompaña arriba y abajo y que le ayuda a guardarse en el bolsillo el pañuelo lleno de mocos resecos. Tengo curiosidad por saber cuánto paga la familia Millet al pobre chico por aguantar cada día la mala baba del patriarca y espero que tanto la cara de circunstancias que pone como la exposición pública a la que está siendo sometido indirectamente estén convenientemente recompensadas.

Tenemos suerte de que la juez Montserrat Comas d’Argemir, hermana de la ex-diputada ecosocialista Dolors, no parece de lagrimita fácil ni tampoco tiene la pinta de dejarse enredar fácilmente por tanta comedia. Al menos es lo que me transmite la cara de pocos amigos que gasta. Sin embargo, no puedo sacarme de encima la sensación de desasosiego que arrastro desde hace años respecto al sistema judicial español, incrementada substancialmente después del caso Urdangarin. La única esperanza que tengo sobre el futuro veredicto es que en este caso no se juzga a ningún miembro de la intocable estirpe borbónica, sino a un patricio de la burguesía catalana ahora caído en desgracia que se llenaba los bolsillos con dinero público y hacía lo mismo –presuntamente hasta que no haya sentencia firme que lo confirme- con los bolsillos de sus amigos convergentes.

El esperado juicio del caso Palau da para un buen culebrón. Hablamos de más de 60.000 folios de causa, de 55 sesiones que alargarán el proceso –en principio- hasta finales de junio, de casi 30 millones de euros expoliados, de 16 acusados, de más de 100 testigos, de 280 medios de comunicación acreditados, y de peticiones de penas de cárcel que, como la que pide el abogado Àlex Solà que ejerce la acusación popular en nombre de la FAVB para el octogenario Millet, llegan a los 37 años. Sin embargo, no sólo hablamos del robo descarado de fondos públicos por parte de la antigua dirección del Palau de la Música para darse una vida de película. Hablamos sobre todo de la supuesta financiación irregular de Convergencia Democrática, el partido que Jordi Pujol –otro presunto delincuente de guante blanco- se sacó de la chistera y que durante décadas ha hecho y deshecho en Cataluña con total impunidad.

Los esfuerzos de la actual cúpula convergente por intentar dar carpetazo a este pasado y hacernos creer que cambiando de nombre la pesadilla ha acabado son loables, pero estériles. El último intento –que no el definitivo- de los convergentes por desvincularse de la herencia pujolista ha sido el cambio de nombre deprisa y corriendo del grupo municipal barcelonés con la oposición interna de algún ex-miembro del antiguo clan de Duran. La operación de maquillaje –que comporta una indigesta sopa de letras- se ha producido casualmente días antes del inicio del juicio del caso Palau. Sorprende que sea el ex-alcalde Xavier Trias y no su delfín oficioso Joaquim Forn el encargado de explicar a las desorientadas agrupaciones del partido el sentido que tiene hacer ver que se cambia todo para que todo siga igual.

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