Los Millet y 399 familias más

Es impagable la descripción que de Félix Millet hacía después de estallar el escándalo del Palau de la Música su hermano Xavier; explicaba que cuando el bitxitu -así le llamaba su madre- era pequeño vendía caramelos a sus hermanos, y cuando ya no disponía de más se ponía a llorar, un chantaje emocional que servía para que algún cándido hermano, conmovido por los llantos, le devolviera las golosinas. El bitxitu creció, y con él su bellaquería, cambió los caramelos por los euros, y ahora se sienta en el banquillo de los acusados, acompañado de su ya no tan fiel escudero, Jordi Montull. Un segundo ejemplo ejemplifica el descaro del personaje: su hija se casó en el mismo Palau cuando él lo presidía, los costes del banquete corrieron a cargo de la institución y, para más inri, hizo pagar la mitad del dispendio a los consuegros. Resumido: el vendedor de caramelos expolió del Palau unos 3,3 millones de euros, según confesión. Un escándalo mayúsculo que hace tambalear los pilares del establishment y seca la escasa agua que del oasis catalán aún quedaba.

Los Millet forman parte del selecto club de las 400 familias que, según el propio Millet, se han repartido hasta ahora el pastel empresarial y financiero del país. Su hermano lo describe como un «enfermo» y, visto lo visto, no parece que falte a la verdad. Pero no deberíamos olvidar que mientras el hombre de los caramelos robaba (¿presuntamente?) con desazón otros (muchos) miraban hacia otro lado o paraban la mano. La gracia de la historia es saber si Millet y/o Montull sacuden o no la alfombra y cuánta mierda llega a salir. La antigua Convergencia aguanta la respiración a la espera de la salpicadura. El famoso 3%, que en su día denunció un preclaro Maragall, recuerda a un pequinés agarrado al pantalón del partido que fundó otro mentiroso confeso, el que en su día fue president y honorable, Jordi Pujol.

Siempre me ha llamado la atención que los imputados (ahora investigados) puedan mentir, cosa que no pueden hacer los testigos; también me llama poderosamente la atención que Montull primero y ahora Millet puedan cambiar rebajas de pena por información que, según ellos, inculparía a Convergencia. Un cambio de cromos altamente perverso.

Dicen hiperventilados independentistas que las cloacas del Estado han hecho estallar ahora y no antes los escándalos que incriminan a los independentistas por razones tácticas. Cuando Convergencia se convierte al independentismo, el Estado desempolva las carpetas negras de la antigua coalición nacionalista que hasta entonces guardaba con celo. Por otra parte, también dicen que la conversión independentista convergente nace de la necesidad de tapar las vergüenzas. Aunque, seguramente, no les falta razón a quienes denuncian la guerra sucia, convendrán conmigo en que si no hubiera mierda esta no haría peste, y que si afrontas un viaje tan arriesgado como el del procés mejor hacerlo ligero de equipaje. Lo cierto es que, de ser posible la independencia, sería bueno llegar a ella soltando lastre, cancelando hipotecas; puestos a anhelar la república catalana, anhelémosla sin mácula.

Con más o menos ruido, Millet (también conocido como ‘bitllet’) y todos los que le rodean, representa la mejor manera de empezar a hacer aseo. Después, ya sólo nos quedarán 399 familias más.

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