Malos augurios

Qué semana más cargada de malos augurios. Y no lo digo sólo por la entronización de un alienígena naranja como presidente de los Estados Unidos, por la muerte de frío de refugiados que no importan a nadie o por el vergonzoso cónclave que la extrema derecha europea heredera del fascismo ha celebrado sin que nadie haya movido ni una ceja. En la patria catalana estos últimos días también se han producido hechos inexplicables que sólo una bruja como Pepita de la calle Mallorca puede explicar a los desconcertados mortales previo pago por sus infalibles servicios.

Todo ha empezado con la filtración de una carta con sello de la Generalitat de Cataluña firmada por su presidente. La misiva, escrita en castellano y con unas cuantas faltas de ortografía, ha sulfurado a los miembros de la RAE pero a los catalanes nos ha hecho reír porque son las típicas catalanadas que hacemos cuando intentamos hablar en un castellano inteligible. Me consta que la Generalitat tiene un buen servicio de traductores en diferentes lenguas, así que no acabo de entender cómo es posible que en Madrid se haya recibido una carta en catañol. Podría haber sido escrita adrede para poner a prueba el nivel cultural de Rajoy aunque tampoco descarto que sea una falsificación más producto de la conspiración mesetaria contra Cataluña.

Todavía recuperándome del impacto que me ha provocado la despiadada crítica a la carta bienintencionada, me entero que en el pueblo de Carles Puigdemont ha aparecido una extraña especie de jabalí albino, probablemente alienígena como el yanqui pero no necesariamente del mismo planeta, ya que la bestia de cuatro patas era blanca y la de dos es naranja. A diferencia del jabalí, que murió a tiros por un cazador sin escrúpulos de apellido Salellas, en el caso de Donald Trump todavía no se sabe si es mortal y me consta que ahora la CIA investiga si la música del Nobel Bob Dylan podría hacer que le explotase la cabeza. Por otro lado, tampoco sería la primera vez que pasa algo así.

La tercera señal del desastre que se avecina ha sido la surrealista manifestación de policías de diversos cuerpos de represión por el centro de Barcelona pidiendo que los protejan de los temibles cuperos. No me la he querido perder porque los policías que he visto hasta ahora en las manifestaciones siempre llevan casco y porra, y tengo que admitir que el espectáculo –con ataúd incluido- me ha divertido. Conozco a unos cuantos cuperos y, dejando de lado la posibilidad de que sean también extraterrestres que se visten de humanos para despistar y así poder salir de noche a colgar pancartas, no me parecen tan peligrosos como los indefensos agentes de la ley. A mí me sigue dando más miedo una pistola eléctrica que unos insultos.

También en la galaxia política se han producido fenómenos extraños. Miquel Iceta parece que ya está plenamente recuperado de la abducción provocada por Pedro Sánchez y ahora ha encontrado una nueva gurú para guiarlo en esta interminable travesía por el desierto marciano. Alfred Bosch también ha visto la luz y lo celebro porque el cartel Sudenta depósitos dentales que cuelga en la nueva sede de Consell de Cent me tiene bastante desconcertada. Los republicanos barceloneses se han hecho de rogar, pero al final han apoyado el PEUAT de la hada Colau. No creo que la decisión de Bosch haya sido fruto de los hechizos de la alcaldesa –probablemente también extraterrestre-, sino más bien del susto provocado por el intento de ocupación de su destartalado piso del Raval mientras dormía.

¿Estáis seguros de que no ha comenzado ya la invasión de los ladrones de cuerpos?

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