Patrañas

Mentira, trola, bola, embuste, filfa, cuento, infundio y pamema son algunos de los sinónimos de «patraña», algo tan a la page que da asco. Y si no asómense a la casta mediática, la del dinero o la de política y podrán comprobarlo, con todo lujo de detalles.

Es lugar común referirse al universo virtual como lugar muy propicio al enmascaramiento. Pantalla a pantalla, que diría Siscu Bages, se nos construye un imaginario ajeno a la realidad, y así nos va. Sin embargo, a pesar o gracias a ello, otras máscaras caen estrepitosamente en nuestros días, dejando al «rey desnudo», como narraba el danés Hans Christian Andersen, allá por el año 1837.

Una de ellas, por ejemplo, es la que hace referencia a la invención y puesta en práctica de la Europa de posguerra, urdida por los Estados Unidos de América, en complicidad con las élites europeas, con el propósito de promover los intereses dominantes. Así, se nos instaló en el subconsciente colectivo la panacea de la libertad, frente a la tiranía imperante al otro lado del «telón de acero», las virtudes de la alternancia entre gobiernos conservadores y socialistas (con las consiguientes líneas rojas a todo lo que pudiera aparecer por la izquierda) las excelencias del libre mercado, etc.., etc. Es decir, un oasis, como así se ha denominado, de democracia, prosperidad y bonanza, en el cual Alemania gozó de una especial aureola de prestigio ¿Por qué? ¿Por la intachable trayectoria de su nueva clase política? ¿Por el «milagro» alemán? ¿O, sencillamente, porque así lo decidieron los americanos?

Tras aquella apariencia de un mundo feliz que, con su correspondiente santoral, se nos vendió durante muchos años, se enmascaraba el mercado, los intereses económicos a uno y otro lado del Atlántico. Y hubo voces que lo advirtieron. Se nos está construyendo una Europa de los mercaderes, se dijo mucho en la Francia de mayo del 68, pero dado que el mensaje procedía fundamentalmente del otro lado de las líneas rojas de la izquierda, pues como quien oye llover. Si el carbón, el acero, la energía nuclear… funcionan, la sociedad funciona. Y así se construyó la gran y duradera patraña, que ahora se desmorona sin remedio.

Por seguir con otro ejemplo, no tan desvinculado del anterior, cabe citar el del Partido Socialista Obrero Español, una formación que, como Antón Saracibar (sindicalista y militante socialista de buena voluntad) expone en un artículo publicado en sitio de la Fundación Sistema, arrastra problemas desde hace ya muchos años. «El 28º Congreso extraordinario, celebrado en el año 1979, reeligió como secretario general a Felipe González y éste asumió todo el poder en el PSOE, sin apenas oposición», afirma. Y, como es sabido, a partir de ahí las cosas vinieron rodadas. Con la generosa ayuda de la socialdemocracia alemana, los socialistas solo tuvieron que sentarse a la mesa de la recién estrenada democracia española para empezar a gozar del banquete. Si para ello, había que cargarse el marxismo que aún figuraba formalmente en el ideario del partido, entrar en la OTAN, enfrentarse al movimiento sindical… o más recientemente modificar el artículo 135 de la Constitución para pagar el pufo de los bancos, pues pelillos a la mar. Como la máscara seguía funcionando (voto útil, la única izquierda posible, a la izquierda del PSOE el abismo…), pues todos contentos. Hasta que ahora, atónitos, asistimos al derrumbe del invento, incluido el que personalmente encarna Felipe González Márquez.

Y dos esquinas más allá, otra gran pamema que se nos revela estrepitosamente: la que hace referencia al diario El País y, por extensión, a la empresa de la que depende (PRISA) o a figuras señeras como la de su ex director Juan Luis Cebrián, que tan buena pareja hace con el ex Felipe González. Prueba de ello, la confesión que personalmente nos hacía cuando, al recibir uno de los innumerables premios a que se ha hecho acreedor (First Amendment), recordó que, adolescente, acudió a la Gran Vía madrileña a saludar con una banderita al presidente Dwight Eisenhower (acompañado en el descapotable por Francisco Franco), al que admiraba porque contribuyó a derrotar el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y que, cuando ya era presidente, normalizó las relaciones con España. El País, en fin, no solo ha cambiado drásticamente en los últimos años. Durante otros muchos también jugó al juego de las máscaras, presentándose como el no va más del periodismo. Ahora solo es una ruina.

Y qué decir de los liderazgos políticos, siempre tan proclives ellos a recubrirse con las delicadas prendas de la virtud, a presentarse como adalides de la moderación, las buenas formas y las causas nobles. Todos sabíamos, más o menos, que tras esa apariencia se ocultaba más de un monstruo. Ahora tenemos la evidencia. Silvio Berlusconi, Donald Trump o Boris Johnson, por poner algunos sucintos ejemplos, constituyen descarnados paradigmas de la filfa. Pero también podrían ser una metáfora del sistema de cosas imperante o, dicho en castizo, el rostro más acabado del capitalismo agónico que nos invade.

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