Tercera vuelta

Qué gran conmoción ha causado entre mis vecinos bañistas la amenaza de los populares de convocar elecciones el próximo 25 de diciembre si los autodefinidos socialistas continúan sin bajar del burro con su no a Mariano. Estos días, en la playa donde remojo mi cuerpo relleno de morcillas de Burgos no se hablaba de otra cosa. Deben de ser los efectos de la depresión de la tumbona, un término que el sociólogo Manuel Castells ha definido como la consecuencia de tener mucho tiempo libre durante las vacaciones de verano para pensar sobre la futilidad de la existencia, la propia y la de los políticos añado yo, mientras tomas el sol y que se complementa con el síndrome postvacacional que tienen la suerte de sufrir los que todavía conservan el trabajo.

Supongo que entre las filas populares hay muchos que deben ver el hecho de votar el sagrado día de Navidad como un acto irreverente o incluso un sacrilegio. Dos de los que seguramente más molestos deben sentirse ante esta absurda posibilidad, más real que nunca en este momento en esta España de sainete continuo, deben ser los hermanos Jorge y Alberto Fernández Díaz, los dos martillo de herejes independentistas y pobres siguiendo la tradición familiar del patriarca franquista Eduardo Fernández Ortega. Es una lástima que los cálculos matemáticos de la presidenta Pastor no contemplen la posibilidad de celebrar la tercera vuelta de estos comicios interminables el día de los Inocentes porque sería la fecha ideal.

Dice un Mariano en plenas facultades físicas que volver a hacer elecciones es un disparate que no pasa en ningún país europeo y que se compromete a llamar al desaparecido secretario general del PSOE un día de estos «para ver si somos capaces de construir alguna cosa» porque España ya no puede aguantar más sin un gobierno del PP. No puedo dejar de admirar la capacidad oratoria del eterno presidente popular en funciones. Yo no podría articular palabra después de haber corrido presuntamente más de seis kilómetros en pantalón corto y polo casual acompañado por una nutrida representación de estómagos agradecidos que por la pinta que hacen en las fotos oficiales parecen las almas en pena de la Santa Compaña.

Fiel a mis principios profesionales que me llevan a cuestionar constantemente lo que me dicen los políticos, busco indicios del hundimiento de España que vaticina Mariano –para alegría indepe si él no puede gobernar. No sé si interpretar como una señal de la catástrofe que se avecina el hecho que el soporífero debate de investidura se haga el 30 y el 31 de agosto o que Lucifer encarnado en Arnaldo Otegi se salte la autoridad competente y pueda acabar entronizado como lehendakari el próximo 25 de septiembre. Más cerca, tampoco sé cómo descifrar las discretas visitas de un antiguo profesor de derecho constitucional al centro de masajes con final feliz que un avispado empresario chino ha abierto en un local al lado de mi casa.

Mientras la nave de España va a la deriva sin caudillo que lleve el timón como ha quedado demostrado estos últimos siete meses, en la patria catalana parece ser que tendremos unos días más de calma y probablemente todo será armonía y hermandad hasta la Diada. Al día siguiente del 11S volverán los bronceados demócratas catalanes en descomposición a despedazar a los cupaires para que el 28 de septiembre no dejen caer a Carles Puigdemont, presidente y trovador a partes iguales. Aprovechemos, pues, catalanes todos esta paz canicular antes de la tormenta para deprimirnos un poco más tomando el sol estirados en la tumbona.

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