Haz lo que te salga del escaño

Poner a parir a las mujeres porque hacen o porque no hacen siempre reconforta a los acomplejados. Hace unos años se criticó a Soraya Sáenz de Santamaría porque decidió priorizar su trabajo político y dejar a su hijo en un segundo plano. A la vicepresidenta se le recriminó su poco sacrificio por la familia e, incluso, la acusaron de ser una mala madre. Esta última semana le ha tocado el turno a Carolina Bescansa por haber llevado a su hijo al Congreso. Sorprendentemente, no la han criticado por haber traumatizado a la criatura con el lamentable espectáculo que dan los diputados, sino por haber querido ser el centro de atención y haber quitado el protagonismo a Rajoy.

Por mucho que la situación se repita a lo largo de los años, no soporto esta manía que tienen algunos machos hispánicos –y también hembras, lamentablemente- de decir lo que las mujeres tienen que hacer con su vida y con sus hijos, como si todas sufriésemos un retraso mental que nos imposibilita para tomar decisiones como personas adultas y libres. En una sociedad avanzada, que una diputada dé de mamar a su hijo en el hemiciclo de la cámara baja, que renuncie a su baja maternal voluntariamente o que pase revista a la tropa con una barriga de siete meses no sería nunca portada en un diario. Como tampoco lo sería que un parlamentario llevase rastas, vistiera camiseta o llegase a su lugar de trabajo en bicicleta.

En una sociedad avanzada, lo que sí sería noticia es que un ministro que dice que tiene un ángel de la guarda llamado Marcelo que le ayuda a aparcar calificase de «lamentable» que una madre lleve a su hijo al Congreso en lugar de aparcarlo en la guardería o dejarlo con la criada como hacen las señoras con pieles y perlas del barrio de Salamanca. También sería noticia que una diputada cuestionase los hábitos higiénicos y los piojos que presuntamente hacen fiestas en la melena rastafari del parlamentario Alberto Rodríguez y no se escandalizase por la peste a corrupción que hace su partido.

Los catalanes, siempre tan avanzados, en esto también podemos dar ejemplo al resto de demócratas ibéricos. Nosotros hace tiempo que nos hemos acostumbrado a ver diputados con camiseta. Al principio también costó y algunos parlamentarios se cagaron en todo cuando vieron que el voto de los cuperos valía lo mismo que el suyo, a pesar de tener la pinta de no haberse duchado. El caso es que cuando sus señorías se recuperaron del susto de ver el dibujo estampado del Che Guevara mirándoles fijamente cuando votaban nuevos recortes, apareció David Fernàndez con sus sandalias amenazando a Rodrigo Rato y fue un festival. Suerte que el episodio beso sin lengua con Artur Mas le redimió.

El escándalo montado esta última semana en el Congreso y amplificado por unos medios de comunicación serviles y machistas no es sólo una forma más de desviar la atención de los graves problemas que tiene España, comenzando por la desconexión catalana, que ahora avanza inexorable hacia lo desconocido de la mano del hijo de un pastelero. Me preocupa sobre todo el mensaje que la alta política continúa siendo mayoritariamente cosa de hombres. En este círculo tan selecto como testosterónico, parece que sólo se acepta a las mujeres asexuadas que no distraigan mucho la atención tipo Fátima Báñez o Alícia Sánchez-Camacho.

Lo realmente escandaloso para mí es que el beato Jorge Fernández Díaz y otros como él no puedan contemplar sin lascivia el acto tan bello de una madre dando de mamar a su hijo aunque se tape con una manta infantil. Supongo que lo que más les molesta es comprobar una vez más que las mujeres podemos hacer muchas cosas al mismo tiempo y hacerlas casi todas bien. Así que mientras que la política no cambie de verdad y el Parlamento de Catalunya siga sin servicio de guardería, que cada diputada haga lo que le salga del escaño.

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