Un año bien extraño

Este 2015 se va dejándonos con una sensación extraña, como de cuento inacabado porque han pasado muchas cosas nuevas pero no han acabado de pasar del todo, y si no que se lo pregunten a Artur Mas o a Pedro Sánchez. Este año la humanidad ha perdido a grandes pensadores y artistas como Eduardo Galeano y Omar Sharif, Europa ha vuelto a mostrar su ineptitud con la crisis de los refugiados sirios y los catalanes hemos ido a las urnas tres veces para llegar a la conclusión, al menos en las dos últimas votaciones, que la democracia no es sólo votar cada cuatro años.

La sensación de transición es más grande que nunca, pero con el añadido desconcertante que no sabemos muy bien hacia dónde vamos y nos movemos por pura inercia dando dos pasos hacia adelante y cuatro hacia atrás. Suerte tenemos del estado catatónico que nos provocan estos días las fiestas navideñas. Tenemos el cerebro tan ocupado pensando qué regalamos si todos tenemos de todo y cuántos kilos de más nos dejarán los turrones y las mezclas alcohólicas, que difícilmente podemos dedicar ni cinco minutos a reflexionar sobre el delirante escenario político que nos espera este 2016 tanto en Catalunya como en España.

En España, el resultado del 20-D está dejando en evidencia a más de uno y no hablo sólo de Albert Rivera, que tenía que comerse el mundo y ahora lo único que se come son las sobras rancias del PP. Hablo sobre todo de los socialistas, que han demostrado una vez más no haber entendido nada de nada. En estas elecciones el PSOE ha obtenido uno de los peores resultados y a pesar de ello, en lugar de hacer piña y buscar nuevas fórmulas para erigirse en una alternativa digna a Rajoy, han optado por la táctica cainita: matarse entre ellos hasta que no quede nadie en Ferraz, ni tan solo Eduardo Madina, para apagar la luz y cerrar la puerta.

En el caso catalán llevamos más de tres meses de gobierno en funciones, pendientes del voto de una formación asamblearia que, sometida a una presión política y mediática sin precedentes, está a punto de romperse por la mitad como demuestra el empate del domingo pasado. Los que tiemblan sólo de pensar que el próximo 2 de enero la CUP pueda dar el sí definitivo a la investidura de Mas nada han de temer. Mucho peor que investir al delfín de Pujol es tener que conducir a Catalunya hacia el precipicio con una olla de grillos por gobierno. Ríanse del tripartito maragalliano.

En realidad, los políticos españoles y catalanes no son tan diferentes como nos quieren hacer creer ni tan civilizados como, por ejemplo, los belgas, que han estado más de 500 días sin ponerse de acuerdo para gobernar y no ha pasado nada. Tampoco son tan inteligentes como nuestros vecinos europeos porque la ambición les ciega y les lleva a hacer el ridículo. En el caso de Sánchez, las similitudes con Mas son sorprendentes. Los dos obtuvieron un resultado electoral inferior al previsto, los dos están obsesionados con ser presidentes del gobierno y los dos están dispuestos a pactar con el diablo, se llame Podemos o se llame CUP.

En este momento, la única cosa que los diferencia a parte de su proyecto político es que tienen a la tripulación medio amotinada por razones diversas. A Sánchez, sus barones le han sacado la bandera de la unidad de la patria y Susanita ya prepara el horno para la gran bacanal. A Mas, los suyos ya empiezan a decir en voz alta que volvamos a votar porque es mejor morir matando que pactar con la CUP para acabar muriendo igual sin ninguna gloria.

Supongo que la sensación que tengo de haber dado una gran vuelta para volver al punto de partida proviene del hecho que la Navidad me importa una higa y que ya pienso en la empinada cuesta de enero y en el horizonte de bucle electoral que se avecina.

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