Ni un error ni una renuncia

Ada Colau ha recibido un buen tirón de orejas de la plataforma ciudadana contra los desahucios que la catapultó a la fama. En una carta muy dura le han recriminado su inacción y le han exigido que «sea valiente y actúe con determinación» a la hora de hacer cumplir la ley. A la PAH no le duele sólo la tibieza con la que Colau se ha enfrentado a la SAREB para reclamar los 2.591 pisos vacíos que los bancos tienen en Barcelona. Le duele sobre todo ver a su antigua portavoz haciendo de alcaldesa mientras continúan los desahucios y las familias afectadas acaban en una pensión de mala muerte.

Cada vez que un partido progresista toca poder le caen garrotazos de todos los lados, comenzando por los propios que son los que acostumbran a doler más porque son los más justos. La falta de cultura política y el gran desconocimiento que la ciudadanía tiene de cómo funcionan en realidad las instituciones públicas nos llevan a exigir legítimamente la ejecución de los compromisos adquiridos si puede ser hoy mejor que mañana. El tema es recurrente y las decepciones, sea por falta de voluntad política o porque la minoría con la que se gobierna es determinante para no poder hacer gran cosa, también.

Me sabe mal decirlo, pero al final he llegado a la dolorosa conclusión que el lugar natural de los partidos autoproclamados de izquierdas y progresistas está en la oposición ejerciendo de mosca cojonera y tocando las narices al gobierno de turno, siempre mucho más impresentable por ser de derechas, pragmático y conservador. Allí no decepcionan a nadie. Es en este espacio tan cómodo donde cualquier propuesta es posible por muy irrealizable que sea y donde los políticos pueden prometer la luna sin tener que pagar ningún precio político por el engaño.

Ha llovido mucho, pero es un ejemplo paradigmático de la decepción que siempre supone para el elector progresista que gobierne el partido que él ha votado. Hay que retroceder a las elecciones catalanas de 2003, cuando ICV-EUiA se comprometió con la lucha de las entidades sociales y ecologistas de la Garrotxa y Osona contra el túnel de Bracons. El día que se hizo público el pacto de gobierno que entronizaría a Pasqual Maragall, una delegación contra Bracons estaba en el Parlament y lo celebraba con los periodistas. La alegría les duró unos minutos, concretamente los que tardó un dirigente de Iniciativa en salir de un despacho y verbalizar que Bracons no se podría paralizar.

El túnel de más de 4,5 kilómetros que atraviesa la Vall d’en Bas y une las comarcas de Osona y la Garrotxa se haría sí o sí. La licitación ya estaba hecha y parar unas obras de estas características supondría a la Generalitat tener que pagar una indemnización millonaria a la empresa adjudicataria. Esta fue la explicación –lógica, por otro lado- que se dio a los pobres y confiados electores que se creyeron que sólo votando conseguirían preservar uno de los paisajes más bellos de Catalunya. La delegación volvió a casa cabizbaja y con el rabo entre las piernas: el baño de realidad había resultado terriblemente doloroso.

Quizás la clave para evitar tantas desilusiones esté en no bajar nunca la guardia ni confiar ciegamente en los políticos como ha hecho la PAH. Quizás la clave para no dejarse arrastrar por la frustración sea saber que gobernar muchas veces es sinónimo de transigir, negociar y renunciar. Todo depende de tu fuerza. Ada Colau gobierna hace siete meses una administración inmensa solamente con 11 regidores y una oposición enrocada. Es el gobierno más minoritario que ha tenido nunca Barcelona y gran parte del equipo de BComú proviene de los movimientos sociales, cosa que significa que su conocimiento de la maquinaria política y municipal es limitado.

El desbordado equipo de Colau no tiene ni la dilatada experiencia ni los vicios de 32 años de gobiernos socialistas. Tampoco tiene el privilegio de ser asesorada por la materia gris neoliberal formada en ESADE que tuvo el convergente Xavier Trias. La primera alcaldesa de Barcelona tiene muchos frentes abiertos, muchas promesas por cumplir y muchos ojos que la observan y que no le perdonarán ni un error ni una renuncia. La carta de la PAH es una prueba.

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