Hijos de Pujol

Catalunya sólo podrá aspirar legítimamente a la independencia si, previamente, se convierte en un país maduro y ejemplar. Cuando una sociedad logra la excelencia y es un referente por su eficacia, transparencia y honestidad, entonces reúne las condiciones para presentarse ante el mundo y reivindicar su reconocimiento diferenciado para ofrecerse a la comunidad internacional como espejo de «savoir faire», de soluciones y de innovación.

Con la reinstauración de la Generalitat y el regreso del presidente Josep Tarradellas, en 1977, los catalanes teníamos la oportunidad única de construir una nueva administración y un nuevo país. En perspectiva histórica, tenemos que llegar a la amarga conclusión que hemos desaprovechado esta coyuntura, inédita en nuestros anales. Los dos años del gobierno de unidad presidido por Josep Tarradellas fueron coherentes, fructíferos y sensatos. Comenzamos un sólido camino de reconstrucción nacional que se quebró con la llegada de Jordi Pujol al Palau de la Generalitat, en 1980.

Durante 23 años -más los cuatro que, entre pitos y flautas ya lleva en el poder su «heredero» Artur Mas-, Jordi Pujol ha tenido la posibilidad de «reinar» en Catalunya. Su primer decreto, inspirado directamente por Marta Ferrusola, ya fue un despropósito que hemos pagado muy caro: el nombramiento de Lluís Prenafeta como secretario general de la Presidencia. Desde el primer momento se instaló en la Generalitat convergente una mentalidad delictiva, cleptómana y criminal, importada de la «Tangentópoli» italiana.


El presidente Josep Tarradellas diseñó una administración «a la francesa», basada en el rigor, el orden y la disciplina. El presidente Jordi Pujol implantó en la nueva Generalitat una administración «a la española», fundamentada en el amiguismo y el chanchullo permanente. Enumerar los casos de corrupción que han salpicado al régimen pujolista-arturista provoca vértigo. Menciono de memoria: el caso CARIC, el «lottogate», el caso Casinos, el caso Ferrovial, el caso Prenafeta, el caso Cullell, el caso Roma, el caso Planasdemunt, el caso VVM, el caso Trabajo, el caso Pallerols, el caso Turismo, el caso Fundació Catalunya i Territori, el caso Adigsa, el caso De Rosa, el caso Pascual Estivill, el caso Fernández Teixidó-mafia rusa, el caso Priorat, el caso Europraxis, el caso Hidroplant, el caso de las encuestas, el caso del 3%, el caso Pretoria, el caso Millet, el caso Clotilde, el caso ITV, el caso Innova, el caso Bagó, el caso Cesicat, el caso Efial (Torredembarra), el caso Ars Local, el caso Xavier Martorell-Método 3, el caso Rakosnik… hasta llegar al bochornoso, explosivo y definitivo caso Pujol.

En un «país normal» -asumo el concepto que ha puesto en circulación el Òmnium Cultural de Muriel Casals-, Jordi Pujol ya tendría que haber dimitido en 1981, cuando la Comisión de Ayuda a la Reconversión Industrial de Catalunya (CARIC) concedió avales de créditos que ya se sabía que eran incobrables a una larga lista de empresarios amigos del presidente de la Generalitat, entre los cuales había los principales editores de diarios. Pero ni el segundo poder (legislativo), ni el tercer poder (judicial), ni el cuarto poder (los medios de comunicación) tuvieron el coraje de denunciar este descarado caso de corrupción -yo lo hice en el desaparecido semanario «El Món»- y empezó así una escalada de impunidad política sin precedentes en las democracias europeas de nuestro entorno.

Lo ha dicho la prensa internacional y yo lo certifico: con Jordi Pujol, Catalunya se ha convertido en el país más corrupto del Viejo Continente. La acumulación de escándalos protagonizados por CiU en todos estos años es absolutamente impensable en el Reino Unido, Holanda, Dinamarca o Noruega. El»lottogate» (1987) o el caso Casinos (1990) habrían hecho caer cualquier otro gobierno occidental. Pero Jordi Pujol no es el único responsable de esta espantosa putrefacción e inmoralidad pública que ha inundado Catalunya durante las últimas décadas. Son muchos los intelectuales, periodistas, políticos de la oposición, jueces y empresarios extorsionados que durante todos estos largos años de pujolismo se han tapado la boca, las orejas, los ojos y la nariz.

¿Por qué han callado «como putas»? ¿Por qué han aceptado, sin decir ni pío, que en Catalunya tengamos hoy una democracia de ínfima calidad? Por miedo a perder sus pequeños privilegios y por intereses económicos mezquinos. «La avara povertà di Catalogna», que sentenció Dante.

No nos equivoquemos. El «9-N sí-sí» es la culminación del proyecto pujolista a través de su «testaferro» Artur Mas. De manera consciente o inconsciente, deliberada o inducida, todos los que irán a la V de la próxima Diada Nacional son hijos de Pujol.

Yo no digo no a la independencia. Yo digo no a la vía pujolista a la independencia, porque está contaminada de raíz por la lacra de la corrupción y la manipulación.

Es la hora de poner el contador a cero. Es la hora de recuperar y reivindicar el legado y la inteligencia del presidente Josep Tarradellas. Es la hora de pasar página y comenzar un nuevo capítulo en la historia de Catalunya, liberados de la gran estafa y de la pesadilla que ha significado el largo «reinado» de la familia Pujol.

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