Vaya al oculista, señor Mas

Una noticia patética apenas divulgada por los periódicos autóctonos fue rápidamente contestada por los mandatarios más conservadores de Catalunya y del Estado central. El titular, aunque muy simple, era revelador: ‘cerca de 50.000 niños catalanes sufren privaciones alimentarias fruto de la pobreza de sus familias’ lo que hablando en plata significaba, que cerca de 50.000 niños de nuestro país -calculados oficialmente- pasaban hambre y 750 sufrían desnutrición. Fue Rafael Ribó, Sindic de Greuges, quien lo reveló a los medios el pasado lunes a la luz de una investigación de oficio, que promovió para analizar específicamente el problema de la hambruna infantil en Catalunya.

 

La respuesta de Artur Mas fue inmediata. El President afirmó que ningún niño pasaba hambre en nuestro país aunque ‘admitió la existencia de algunos casos de malnutrición que se tenían que combatir’, dijo, como si se tratase de cuatro advenimientos excepcionales, o como si la malnutrición no fuera una consecuencia de pasar hambre. Busqué en el diccionario de la Academia y, según él, hambre tiene dos significados, ‘gana y necesidad de comer’ y ‘escasez de alimentos básicos que causa carestía y miseria generalizada’.

 

El problema de los políticos es que no ven más allá de sus narices o, si lo prefieren, ignoran lo que no quieren ver. No basta con recorrer el Paseo de Gracia, las Ramblas o la Sagrada Familia, avenidas repletas de turistas ajenos a nuestra inestabilidad actual para hacer desaparecer de sus mentes retorcidas la mala conciencia. A estos forasteros desconocidos, muchos de ellos provenientes de los grandes transatlánticos que hacen escala en Barcelona, ni les preocupa la crisis que atraviesa nuestro suelo natal, ni la soberanía de Gibraltar, ni mucho menos la independencia de Catalunya. Lo único que les interesa, a lo sumo es encontrar cuanto antes la Sagrada Familia, la Pedrera, el museo del Barça y pocas cosas más. Si el President se adentrase alguna vez por Ciudad Meridiana o por otros barrios marginados de la ciudad condal, observaría como muchos ciudadanos recogen desperdicios de alimentos en los vertederos de basura y como otros, hombres y mujeres sin techo de todas las edades, malviven en las calles.

 

Rafael Hernando, portavoz adjunto del PP, soltó una serie de absurdas sandeces por televisión que se vio obligado a rectificar. Tuvo la desvergüenza de culpar a los padres de la desnutrición infantil y de manifestar que le parecía repugnante que se utilizara a los niños para hacer demagogia. Para la derecha representada por CiU, Ciudadanos y el PP, cualquier acto reivindicativo es un ejercicio de captación de votos mediante el engaño. Recordé un viaje a Nueva York en el que coincidí con Harry Belafonte. Para él, el enemigo de la humanidad era el capitalismo rapaz y, por contraste, el hambre. Lo más peligroso y grave que le ha sucedido a la civilización, me dijo sin ningún atisbo demagógico en sus palabras, es que se haya repartido el dinero entre unos pocos: los que, precisamente, quieren ignorar la existencia del hambre en el mundo para instaurar un capitalismo sin freno que nos lleve al borde del IV Reich.

 

En aquella ocasión pensé en África, donde millones de personas pasaban hambre a consecuencia de la sequía y del aumento desproporcionado del precio de los alimentos. En Somalia, Kenia y Etiopía, especialmente, se había vivido la peor de las crisis alimenticias de nuestros días. Reflexioné una vez más sobre la falta de igualdad, en la desproporción entre los ricos y los pobres denunciada por Belafonte. Sumando las fortunas de los cien multimillonarios principales del planeta –me refiero a los de entonces-, cuyo monto ascendía a 2 billones de dólares, se erradicaría el hambre en el mundo entero a razón de 44 mil millones de dólares al año. En aquel entonces no me figuré que algunos años más tarde, la hambruna llegaría a Catalunya, la nación que con sus impuestos solventaba los problemas económicos de algunas regiones del Estado español, y que la solidaridad de instituciones y personas –no del Estado ni de la Generalitat- amortiguaría en parte aquella necesidad básica con donativos, voluntariado y abriendo colegios en verano para que los niños pidiesen comer.

 

Esta situación es otra consecuencia de las desastrosas políticas económicas de Mas-Rajoy. Leo una cita del premio Nóbel de Economía, Manfred Max-Neef. ‘Con el dinero que se ha empleado para salvar a los bancos de la crisis financiera durante 600 años no habría hambre en el mundo’. Por una vez en la época contemporánea España y Catalunya se hallan en bancarrota. Sus gobernantes parecen ignorar la extrema situación en que se encuentra el pueblo español con más de seis millones de parados de los que, al menos dos, carecen de ingresos para mantener a sus familias. Los recortes, los Expedientes de Regulación de Empleo (EREs) se prodigan, al igual que el cierre de las muchas empresas incapaces de continuar su proceso productivo, con las secuelas que ello implica para los más débiles del mundo del trabajo. Sin embargo, los políticos responsables de la masacre, en vez de solucionar el problema del hambre, o bien se esconden tras una televisión de plasma o niegan la evidencia como ha hecho nuestro President.

 

Según El País un niño de seis años hizo la siguiente declaración: ‘Me gustan las colonias para jugar, bañarse en la piscina y comer‘. El significado es estremecedor. Catalunya se ha convertido en un país bananero en que sus habitantes reivindican poder comer, un derecho primordial dentro de las garantías individuales que debe prevalecer sobre la educación, la sanidad y la cultura.

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