Líderes sin clase

Quienes han escuchado el contenido de la conversación entre la presidenta del Partido Popular de Catalunya, Alicia Sánchez-Camacho, y Vicky Álvarez, compartiendo una comida en el restaurante La Camarga, explican que su característica principal es el carácter chapucero del intercambio dialéctico. No entraremos ahora en el contenido del diálogo ni en otros elementos que rodean el asunto. Tan sólo señalaremos un hecho que se va repitiendo en todos los episodios que ilustran nuestra clase dirigente, y es la carencia absoluta de talento, sentido del respeto y altura política.

 

Es un fenómeno del todo transversal. Afecta buena parte del abanico de la dirección de los partidos y las grandes corporaciones. Cogidos «in fraganti», nuestros cuadros directivos delatan una pobreza léxica y cultural que colapsa todo mínimo concepto de servicio público. ¿A que se dedican los principales responsables de nuestros partidos políticos? Si la presidenta del PPC fuera una excepción, sería echada sin más de su alta responsabilidad.

 

¿Qué pasa cuando la gente ve que un miembro de la realeza es de una vulgaridad absoluta? No se trata de hacer demagogia. Es mucho más sencillo. Porque el sistema funcione, la colectividad tiene que tener el convencimiento que los negocios públicos son en buenas manos, pero también que los responsables son personas de una cierta categoría personal. Si la buena gente que se esfuerza para llegar con objeto de mes se da cuenta que los cotilleos, la grosería y la estultícia son las señales identitarias de quienes nos mal gobiernan, entonces la distancia que, en el fondo, reclamamos a quienes nos tienen que liderar se va a pique. Y se puede llevar gobiernos, pero también regímenes e instituciones. Ya hace muchos años que la ciudadanía no tiene motivos para tener como referentes quienes rigen nuestros destinos, pero cuando el sentimiento principal es el de asco, quiere decir que las campanas han empezado a tocar por ellos.

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