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La peste del machismo

Xavier Ribera

Gasetiller, escrividor i guionista. Com deia Calders, "vaig néixer abans d'ahir i ja som demà passat. Ara només penso com passaré el cap de setmana".
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Lo he escrito aquí un montón de veces, pero, con la venia del lector, insistiré: el PP que lidera Alberto Núñez Feijóo no alcanza —es una opinión personal, claro— como alternativa al PSOE de Pedro Sánchez. No me parece que el gallego esté a la altura de los retos. Emparedado entre la extrema derecha del Vox de Santiago Abascal, y la derecha extrema del PP de la santísima trinidadIsabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez y José María Aznar—, el hombre no tiene el coraje que la situación merece. Vio, en su día, las barbas del vecino Pablo Casado pelar, y puso pronto las suyas a remojar. Resumiendo: está secuestrado por una derecha incivilizada, y ya habría adquirido el síndrome de Estocolmo —aquella teoría psicológica que explica por qué un rehén o víctima de una relación de abuso desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador.

Esta constatación no esconde la profunda decepción que Sánchez me despierta. Su reacción, entre torpe e hipócrita, en el Me Too del PSOE, hace daño. Vuelve el fantasma de los GAL: o Felipe González era conocedor de su existencia, o era inútil para ejercer el cargo. Con los abusos socialistas actuales pasa algo parecido. El propio Sánchez lo decía el otro día: «Un error sí, dos no». Pues, ya van unos cuantos más, y nada hace pensar que haya aflorado toda la mierda. Estoy muy a favor del comentario que hacía el otro día la alcaldesa socialista de La Coruña, Inés Rey, a propósito de los presuntos acosos sexuales dentro del partido: «Echo en falta que mis compañeros salgan a hablar, compañeros hombre, con cargos políticos importantes, con cargos orgánicos relevantes. ¿Dónde están? ¿Dónde están los hombres feministas?».

Sánchez bravea de actuación contundente ante los casos. Oye, solo faltaría. Y añade que su contundencia es superior a la del PP ante los mismos casos. Oye, solo faltaría. Quizá se piensa que lo votaron por su cara bonita…; lo hicieron, justamente, por no parecerse a los populares. Sánchez ha construido su relato en contraposición a los abusos, de todo tipo, del PP. Y ahora ve su reflejo en el espejo del rival… Paco Salazar, Javier Izquierdo, José Tomé, Toni González, Antonio Navarro, Francisco Luis Fernández Rodríguez… O actitudes repugnantes como las de José Luís Ábalos y Koldo García. No puede ser que un partido que abandera el feminismo, tarde tanto en reaccionar ante un brote tan claro de peste machista. Aparte del de los presuntos, otras cabezas deberían rodar. Porque aquí no solo fallan individuos; falla una cultura interna, una cadena de mando y, sobre todo, una idea de poder que aún se cree impune. El feminismo no puede ser un eslogan de campaña ni una coartada moral que se activa según convenga. O es un principio estructural, que atraviesa la organización y tiene consecuencias reales, o es pura cosmética.

El problema de Sánchez —y del PSOE actual— no es solo que llegue tarde, sino que siempre parece llegar forzado, empujado por los hechos, por los medios o por la presión social. No hay anticipación, no hay ejemplaridad preventiva. Hay control de daños. Y eso, para un partido que se reivindica como faro moral ante la derecha, es letal. No basta con expulsar o apartar cuando el mal ya es público; cabe preguntarse por qué nadie vio nada antes, o peor aún, por qué algunos lo vieron y callaron.

Esta es la gran pregunta incómoda que plana sobre Ferraz: ¿cuántos lo sabían? Y, sobre todo, ¿cuántos miraron hacia otro lado para no incomodar el liderazgo, para no romper equilibrios internos, para no perder cuota de poder? Porque el machismo, como la corrupción, raramente actúa solo; necesita complicidades pasivas, silencios interesados y una estructura que lo proteja.

En Hamlet, William Shakespeare hace decir a la reina Gertrudis que «hay algo podrido en el reino de Dinamarca». Cuando el mal olor llega a ser tan evidente que ya no se puede disimular, el problema no es solo el delito concreto, sino el sistema que lo ha tolerado. Y eso, a derecha e izquierda, debería hacernos mucho más que enrojecer.

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