La mentira en su más descarnada forma y expresión se ha apoderado del laportismo, de su gestión y de su entorno, con una presencia y fuerza tan vívida y eficiente que, puede asegurarse, ya es la versión más aceptada de la realidad azulgrana. Especialmente reveladora fue, la semana pasada, la verdadera magnitud y presencia de este universo paralelo que Joan Laporta ha convertido en el Barça que no es, pero que sí percibe el socio, la prensa y el mundo en general.
A lo largo de la histórica tarde del jueves 11 de diciembre, por ejemplo, la vicepresidenta Elena Fort se señalaba a sí misma y a la junta de Laporta, delante de un grupo de socios jóvenes, por haber encubierto y falseado sus verdaderas intenciones –«desde el minuto cero», dijo– de cargarse la grada de animación en el formato de la última etapa en el Camp Nou y de su continuidad en Montjuic, donde ya se aplicaron las primeras medidas de reducción e intentos de deshacerla mediante un incremento sustancial de sus cuotas.
En una actuación más que lamentable y despótica por su parte, además de esa fingida condescendencia, de la que hay registros audiovisuales, Elena Fort no pudo reprimirse ni calcular el impacto de su desfogue al admitir que la voluntad de la junta siempre fue desmantelar la grada de animación heredada, temiendo que, en algún momento, como finalmente ocurrió, un sector de la grada de animación levantase la voz contra el palco. Una reacción que no fue espontánea ni irracional, sino la respuesta inevitable a meses de una calculada política de tocarle las narices a sus miembros y grupos desde la directiva. El día que Laporta escuchó el «¡Barça SÍ, Laporta NO!», la grada de animación firmó su sentencia de muerte. Y no era cuestión, en año electoral, de lidiar con un foco de socios libres de expresar su opinión y de contagiar al resto del estadio, quién sabe si con pañolada final en una mala tarde.
Aprovechando la reforma del Spotify, el del Barça será muy pronto el estadio de Europa con una grada de animación más escuálida y fría, de apenas 1.247 plazas, detrás del gol sur. En la reciente noche del Eintracht, la zona alemana alojó a 2.300 seguidores, es decir, un millar más, que podrá alcanzar hasta los 5.000 cuando el estadio funcione a pleno rendimiento.
La excusa banal y delirante ofrecida por Elena Fort es dar un giro a favor de los socios de entre 18 y 25, o 30 años, que siguen en la lista de espera y que «no tienen dinero para pagar un abono». En este sentido, Elena Fort insiste en mantener un límite de edad, mientras que el presidente aseguró hace poco que no lo habría. Uno de las dos miente, tal vez ambos.
Buen momento parta recordar que, en la asamblea de socios del 20 de junio de 2021, Laporta los saludó con honores: «Estamos muy satisfechos con la grada de animación. Lo hacen muy bien y han de tener más apoyo del club. Tuve una reunión por separado con los grupos de animación y la intención es continuar como estamos y mejorar en lo que haga falta. El comportamiento es ejemplar». La rutina de mentir para mejorar el relato, por oportunismo y porque no le penaliza. Parece que, al contrario, a los barcelonistas les parece bien.
Un día después, el viernes, el propio Laporta, en calidad de testigo y, por tanto, bajo la amenaza de ser penalmente acusado de falso testimonio en el caso Negreira, pervirtió la relación de su presidencia con José María Enríquez Negreira dejando tras de sí otro relato absolutamente inexacto y embustero ante la jueza Alejandra Gil en su declaración en sede judicial.
Es notorio y público, por desgracia para el Barça y para la vergüenza y la imagen de todos los presidentes implicados de algún modo, Joan Gaspart, Joan Laporta, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, que el FC Barcelona facturó a favor del padre y del hijo (José María Enríquez Negreira y Javier Enríquez) una cantidad injustificada, excesiva e incomprensible por informes arbitrales que durante años nunca existieron y que, cuando materialmente fueron entregados a cambio de cantidades superlativas, no sirvieron absolutamente para nada. Eran una tapadera, probablemente en el contexto de un personaje de perfil y conductas propias de alguien corrupto, barriobajero, chantajista y estafador como Enríquez Negreira.
Laporta, como demuestra la contabilidad del caso, fue quien decidió elevar a casi medio millón anual ese salario del miedo a cambio de ensuciar la reputación del Barça al cabo de los años y de aparecer como el club más tonto del mundo por esperar un mejor trato arbitral facturando directamente a nombre de la segunda autoridad arbitral durante 17 años. Una chapuza que los propios entrenadores del Barça, del primero al último, se han negado a encubrir ante los tribunales. «No sabíamos nada de esos informes», han declarado.
Laporta estaba obligado, para defender los intereses del Barça, a contarle un cuento a la jueza tratando de parecer que él sabía poco del tema, que fue un tema heredado y soltando el blablablá habitual de que el Barça no ha comprado nunca un árbitro, hecho más que evidente en la era Messi. El problema es que la Fiscalía no acusa al Barça de eso, sino de intentar influir en las decisiones del vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros (CTA). Ese sería un delito tipificado y más que aparente a la vista de los hechos, las cantidades y la propia afirmación de Enríquez Negreira ante Hacienda y en sus burofaxes, en el sentido de que a él el Barça le pagaba por «influir» y «compensar» el madridismo agudo del estamento arbitral, en ningún caso por realizar informes sobre los árbitros.
Lo más probable es que la jueza no malgaste ni tiempo ni recursos en apreciar si Laporta ha incurrido en falso testimonio. Hasta puede que se haya creído que «si los gastos no pasaban por la junta era porque se trataba de cantidades pequeñas». Lástima no haberle podido preguntar, ya que estaba en un estrado donde no se puede mentir, si las comisiones de Darren Dein, que ya suman 70 millones, han sido aprobadas unánimemente por la directiva.

