La estrategia de Joan Laporta para impedir que se repitiera la invasión de la grada del Spotify por parte de aficionados del Eintracht, en la noche de Champions del martes, acabó siendo más efectiva para ahuyentar a los propios socios del Barça que para evitar otro episodio tan vergonzoso como el de abril de 2022, tan inolvidable como inexplicado e inexplicable.
El tortuoso y chapucero método para combatir un mecanismo de reventa que, de hecho, forma parte de la realidad del Barça de Laporta desde hace años, se convirtió en tal nudo de complejidad, desinformación y descontrol que se dejaron de vender miles de entradas, la mayoría porque una cantidad elevada de socios, abonados en su mayoría, desistieron de retirar su localidad o no se vieron capaces, como denunciaron algunos socios de seguir las instrucciones tecnológicas enviadas desde el área de ticketing.
Para empezar, sin embargo, la directiva engañó alevosa y premeditadamente a los socios advirtiendo que, para este partido, la localidad no era transferible, como suele serlo para los abonados y socios compradores de entradas mediante un formulario que, convenientemente cumplimentado con los datos y la identidad del usuario final, permite invitar a otro barcelonista. Se hace un uso habitual y masivo de esta posibilidad por parte de los núcleos familiares, que estas tres últimas temporadas solo han hecho efectivo un abono y lo utilizan en modo rotatorio.
Lo escribió y anticipó el periodista Xavi Bosch en Mundo Deportivo, previendo que miles de asientos no se ocuparían: «Las entradas nominales -escribió- solo estarán en el móvil de los aficionados con pase (nada de poder imprimir el papel en PDF para pasárselo a alguien) y tampoco se podrán transferir. Es decir, o asiste el titular de la entrada a su nombre en su teléfono o no va nadie. Pero aquí empieza el nuevo agravio a los socios con pase de temporada. Pagaron por todo el curso y, cuando hace semanas tuvieron que decir si asistirían al Barça-Eintracht (mucho antes de los seis días previos habituales, que ya es una rareza insólita) no les avisaron que no se podía transferir la entrada a un amigo o a quien sea. De esta forma, improvisando una medida a última hora, quedarán muchas butacas vacías».
De hecho, en un comunicado de la web oficial del día 5 de diciembre, bajo el título: «Requisitos y medidas de seguridad para el partido contra el Eintracht Frankfurt de la Champions League», la directiva dejaba claro esta presunta medida extraordinaria: «Las entradas no serán transferibles, solo podrá hacer uso de ellas su titular. Excepcionalmente para este partido, ya que las entradas no serán transferibles, las cesiones realizadas en el formulario de confirmación de asistencia no serán válidas».
Pues bien, además de marear a la afición azulgrana filtrando a la falsamente a la prensa que cada día se habían detectado sospechas de fraude por parte de socios intentando vender una entrada que ni tenían ni era posible transferir -al menos en teoría-, la directiva envió el lunes a los medios, como en el programa Què t’hi jugues? de la SER, a una especie de sicario mediático, Joan Sentelles, el capo del Espai Barça, a dar explicaciones sobre cómo estaba funcionando contra el fraude el operativo especial para el primer partido de Champions en el Spotify. El tal Joan Sentelles, que admitió desconocer en realidad su funcionamiento del ticketing -y que, se dedujo, solo estaba allí porque nadie de dentro quería dar la cara-, explicó con toda naturalidad que, por supuesto, los socios podían ceder sus localidades rellenando el formulario de siempre. No solo la suya, precisó, también el resto de las cuatro que cada socio podía adquirir con descuento.
Todo era, una vez más, una trampa para enmascarar que desde la propia área de ticketing, supervisado y autorizado desde la presidencia que todo lo controla, se facilitó la reventa interna a precios estratosféricos, como era posible comprobar en diferentes canales digitales.
La amenaza de expedientar a los socios formaba parte de ese encubrimiento para proteger el mercado negro propio y para fabricar la excusa de que, como ya hizo la directiva la otra vez, eran los socios quienes revendían sus asientos a los alemanes.
Testimonios de socios que al final ya no sabían realmente en qué creer de su propia y manipuladora directiva realizaron por su cuenta una especie de control sobre el operativo antifraude, como la presunta y masiva identificación de los asistentes para comprobar que, efectivamente, el titular de la entrada era quien trataba de acceder al estadio. Ni una sola inspección detectaron esos socios curiosos, mientras que quienes sí hicieron uso la posibilidad de transferir la entrada reportaron que era casi misión imposible para socios que, por edad, no poseían un nivel de manejo de las apps y de la tecnología requerida, pues era necesario bajarse y emplear dos distintas para hacer efectiva la transferencia.
Todo lo cual, finalmente, no evitó que las gradas acogieran aficionados alemanes que en una primera instancia entraron sin llevar encima ninguna simbología, pero que se delataron cuando su equipo se adelantó en el marcador. Según el club, o al menos eso filtró, los alemanes fueron expulsados del estadio contra el criterio del propio Joan Sentelles que, 24 horas antes, había advertido que «no podemos echar a nadie que disponga de una entrada legal».
Tampoco hay constancia, más allá de algún periodista al que intoxicó el servicio de prensa del club, de que se llevaran a cabo esas deportaciones en directo.
Todo, una vez más delirante, como la pésima ubicación de la afición del Eintracht que, además de arrojar objetos de toda clase, insultar y perturbar a los socios del Barça próximos a sus localidades, lograron introducir bengalas y abrir una brecha en la frágil estructura de separación. Una vez más, el resultado, aunque por los pelos, evitó otra noche dantesca que en realidad lo fue para miles de socios desconcertados que no estuvieron solos la noche del martes, pues el club admitió al final que sí que se habían distribuido tickets a sus agencias oficiales, eso sí, «limitados», puntualizaron. Pudieron ser 500 o 10.000. Como siempre, trucos, trampas, opacidad y sospechas de allí dentro nadie se aclara. Menos aún si un alto ejecutivo que no es responsable del ticketing, como Joan Sentelles, sale a confundir más a los socios o a justificar que hubo una enorme reventa camuflada bajo el operativo de seguridad.











