No sé yo si la estrategia de Junts —la del golpe de puerta en los morros a Pedro Sánchez— servirá o no para taponar la fuga de votos hacia la Aliança Catalana de Sílvia Orriols, pero lo dudo. Después de que Carles Puigdemont anunciara hace días la liquidación de las negociaciones con el gobierno de Sánchez por incumplimiento de acuerdos —tanto le da que algunos de ellos no estén en manos socialistas solo…—, esta semana, por si no hubiera quedado claro, la portavoz de Junts en Madrid, Míriam Nogueras, reiteraba la ruptura: no es no. Lo hacía, eso sí, para dejar las cosas claras al día siguiente de la estrambótica genuflexión de Sánchez —el presidente español concedió una entrevista a Jordi Basté (Rac1) donde, a la desesperada, intentó rehacer puentes con juntistas.
Nogueras, que dicen que tanto monta como Puigdemont, insistió en el no, a pesar de no hacerlo con su habitual contundencia —la de Dosrius habla siempre a trompicones, como quien quiere enfatizar una oposición crónica—: «Lo bueno es que nuestro problema más grande sea que, de aquí a un mes, tengamos que explicar qué hace Junts porque resulta que el gobierno español ha cumplido sus acuerdos». ¿La frase puede verse como una ventana medio abierta para donde colar una futura reconciliación? El hecho es que el lenguaje de Junts es cada día más complejo y vete a saber qué quieren decir cuando dicen lo que dicen.
De momento, antes de que cante el gallo, los de Junts han negado dos veces Sánchez —están a una del apóstol Pedro. La sensación es que, empujados seguramente por AC, se están metiendo en un frondoso jardín. Por un lado, no pueden apoyar una moción de censura promovida por Alberto Núñez Feijóo (PP) y Santiago Abascal (Vox), pero, por otro lado, tampoco pueden empujar a Sánchez al precipicio de unas elecciones anticipadas que, probablemente, perdería. El escenario de un gobierno español en manos de Feijóo y Abascal, con la amnistía —y otros temas— a medio vestir, y con Puigdemont en tiempo de descuento en Waterloo no es prometedor. Ahora, sin embargo, la única manera de deshacer el camino, es que Sánchez obre un milagro, o dos.
En todo caso, Junts ya está donde está: ha dicho no dos veces y ha dejado a Sánchez pendulando. Pero, más allá de la puesta en escena, cuesta ver cómo se salen de esta sin tragarse alguna de sus propias palabras. Y aquí es donde empieza el vértigo: porque la retórica del no es muy golosa cuando no hay que resolver nada, pero pesa cuando puede desencadenar un gobierno PP-Vox.
Quizá por eso la sensación de fondo es que todo el mundo espera que sea el otro quien mueva ficha. Junts quiere que el PSOE cumpla aquello que ni siquiera controla; el PSOE quiere que Junts rectifique sin decir que rectifica. Y mientras tanto, Orriols va haciendo vía, alimentándose de este desgaste compartido.
El problema es que el calendario político no acostumbra a perdonar los bloqueos. Y si finalmente Sánchez no encuentra el milagro y Junts no encuentra la salida, lo que vendrá no gustará a nadie. O, cuando menos, no gustará a quienes se han pasado meses jugando a ver quién cede primero.
Séneca ya advertía de que «ningún viento es favorable para quien no sabe a qué puerto se dirige». Y es difícil encontrar uno en medio de este mar político.








