Dios los cría y ellos se juntan. Demasiados elementos hermanan las hermanas de Arran (Raíz) y la Monja Alférez de Ripoll. Que se encontraran era inevitable, y se han encontrado en la calle Villarroel de Barcelona, donde Aliança Catalana alquiló un local para la sede capitalina y Arran ha ido, displicente, a hacer unas pintadas.

Las alegres chicas de Arran han embadurnado un poco los cristales del local de la Matamoros de Ripoll y han estampado tres símbolos programáticos: independentismo, feminismo, comunismo. No discutiré el feminismo de las alegres chicas de Arran, aunque hay que decir que el feminismo es una opción abrazada por un abanico muy amplio de las ideologías presentes en la Unión Europea y no exclusiva de la izquierda. Con el feminismo pasa lo mismo que con la sostenibilidad y el cambio climático: que cualquiera que tenga dos dedos de frente está de acuerdo. Tanto es así que la señora Von der Leyen, que es del Partido Popular Europeo, se manifiesta feminista (y ecologista).
Sobre el martillo y la hoz que exhiben las alegres chicas de Arran ya me permito dudar un poco: ¿debo decir que las alegres chicas de Arran son comunistas? ¿Comunistas como Lenin o como Trotsky o como Carrillo o como Berlinguer? ¿O cómo las Brigate Rosse? Me lo pregunto porque también son independentistas, y cualquier persona un poco ilustrada sabe que el comunismo y el nacionalismo son como el agua y el aceite, como la materia y la antimateria, como los pitufos y Gargamel (siendo los pitufos comunistas y Gargamel nacionalista, o quizá al revés).
Muchos han sido los filósofos y los téoricos del comunismo que han explicado la mar de bien porque un comunista no puede ser a la vez nacionalista, y porque el nacionalismo es, inevitablemente, una ideología burguesa y ultraconservadora. Todo ello, sin embargo, les importa poco a las alegres chicas de Arran con primera residencia en Sarrià y/o en Sant Cugat (provista de piscina) y segunda residencia a escoger entre La Cerdanya y el plácido Empordà, donde también suele haber piscina. Y barbacoa y solárium y gimnasio y parking con un par de buenos coches, por si hay que ir a hacer la revolución en coche o salir a pillar un poco de marihuana para soñar, medio despierto, en la nación del helado de postre cada día y la escultura del hombre con alpargata en la mano que podría ser un Jesucristo o un David Fernández, y que ha aparecido en la Plaza Mayor de Sant Arquebisbe d’Amunt.
Sea como fuere, y a pesar de todas las contradicciones, Arran y Aliança Catalana se han encontrado en un portal de la calle Villarroel. Como ustedes ya saben, Antonio de Villarroel fue un militar español que primero fue un poco austracista y luego más bien borbónico, con la finalidad de llevar una buena vida en función de por dónde sopla el viento más favorable.
Me pregunto qué separa Arran de Aliança Catalana y no lo acabo de saber. Ambas formaciones están convencidas de ser poseedoras de la verdad y de encarnar la revolución que nos hace falta, ambas son profundamente nacionalistas, ambas creen en la superioridad de la cosa catalana, ambas monolingües, ambas intolerantes, y ambas terriblemente tediosas, dogmáticas y machaconas. Tal vez Arran prefiere quemar contenedores de basura y Aliança hacer la vida imposible a la inmigración, pero, salvo eso, no entiendo porque no se hacen amigos. En más de un estudio sociológico (o demoscópico, o como se diga) se descubre que hay un traspaso de voto de la CUP a Aliança Catalana, y es aquí donde está el dato relevante. Personas que hace unos años votaron a la CUP, mañana votarán a Aliança Catalana. O Vox. Por aquello de por dónde sopla el viento: si me en cago en la democracia europea voto lo que más la fastidie. Hace unos años, el voto de castigo era la CUP y ahora es Aliança o Vox.
Y mira por donde: las alegres chicas de Arran no asaltan la sede barcelonesa de Aliança Catalana porque tengan diferencias ideológicas. La asaltan porque saben que les quitará votos independentistas y eso les duele. Y así vamos haciendo una Cataluña un poco más antipática y un poco más estúpida, objetivos loables en una Cataluña que, durante los años del procés, ya alcanzó cotas muy altas en ambas categorías.








