Cada mañana empieza con el mismo ritual: abrir los ojos y sentir que el día es una pista de circo. No hay red, sólo una cuerda estirada entre dos extremos: la maternidad y las oposiciones. Y como no, también el trabajo. Debajo, el vacío de la culpa, siempre a punto para engullirte. Y de fondo los deberes de tu hijo, las extraescolares, los apuntes que esperan, el reloj que corre y tu propio cansancio.
La jornada laboral es sólo el telón de fondo, pero el verdadero número es mantener todas las bolas en el aire sin perder la sonrisa ni la salud mental. Conciliar maternidad, trabajo y oposiciones es un deporte extremo, donde el estrés crónico se convierte en compañero de viaje. Ansiedad, irritabilidad, fatiga: son los animales salvajes que esperan en la jaula, listos para salir si bajas la guardia.
En la administración pública, donde más de la mitad de los empleados son mujeres, la presencia femenina no siempre se traduce en condiciones justas. Muchas madres caminan con bolas invisibles en las manos, mientras intentan no caer en el vacío de la culpa que acompaña cada decisión: dedicar tiempo a los hijos o a uno mismo o a los libros.
Los datos muestran que no es un tema socialmente residual. En 2023, más de 5 millones de personas mostraron interés por opositar al Estado Español. En un año pasó de 2,9 millones, en 2022, a más de 5 millones. Diversos estudios coinciden en un punto: la mayoría de opositores son mujeres.
Según GAD3, aproximadamente el 55 % de los candidatos a oposiciones son mujeres, con edades que suelen oscilar entre los 25 y los 44 años. El perfil más habitual es el de una mujer de 32 años que trabaja a tiempo completo. Los datos oficiales también lo confirman: en la convocatoria de la Administración General del Estado (AGE) de diciembre de 2024, el 67 % de los opositores eran mujeres. Si combinamos estas cifras con la estimación global de unos 6,5 millones de opositores, podemos deducir que entre 3,5 y 4 millones son mujeres. Una parte significativa de este grupo, basándonos en la edad media, incluye a muchas madres.
Esto refleja una tendencia al alza en el interés por el empleo público probablemente explicada por la precariedad de los salarios en el mundo laboral privado, que son de media un 32% más bajos que los públicos (si ya lo eran en 2021, ahora probablemente ya es todavía peor).
Volviendo al tema, os explicaré una anécdota: yo misma aprendí que la paciencia y la planificación son más poderosas que las noches sin dormir. Después de años estudiando leyes como si fueran laberintos, y con mi formación en psicología, descubrí que podía transformar el conocimiento emocional en herramientas para otras madres y opositores.
Un consejo que nunca falla: dormir bien, comer equilibradamente, hacer ejercicio y mantener relaciones sociales no son opciones, son imprescindibles. Quizá haya que bajar la frecuencia, probablemente mucho, pero algo os puedo decir; yo nunca estudiaba si no tenía la cabeza clara; sabía que horas de estudio con el cerebro cansado serían horas perdidas.
La ciencia lo confirma: un sueño de calidad mejora la memoria, la creatividad y la capacidad de resolver problemas. Incluso una siesta puede resultar en una tarde/noche mucho más productiva.
El estrés emocional se manifiesta como ansiedad, fatiga y dificultad para gestionar roles múltiples. Conciliar no sólo mejora el equilibrio personal, sino también el rendimiento laboral y académico, reduciendo la sensación de culpa y el aislamiento.
Por ello, es necesario crear redes de seguridad emocionales: familia, amigos, mentores y hábitos saludables actúan como trampolínes que te permiten recuperarte si alguna bola cae. Aprender a gestionar el tiempo, descansar y reservar espacios para ti es lo que hace que la cuerda floja no se convierta en un callejón sin salida, sino en un camino donde puedes avanzar con confianza e incluso, en algunos momentos, con alegría. Pero eso sí, el tiempo de estudio debe ser al 100%. Mejor poco y de calidad que mucho y con la cabeza espesa.
