De finales de los 80 es la comedia de medio pelo Este muerto está muy vivo. Me ha hecho pensar en la conmemoración de los cincuenta años de la muerte del dictador Francisco Franco, que estos días celebramos —nunca mejor dicho. El pasado jueves hizo medio siglo de la grata pérdida. Lo hizo en la cama —en una fría sala del hospital La Paz, de Madrid—, para deshonra y vergüenza generacional. Así, nunca tuvo que rendir cuentas, lamentablemente, por los crímenes contra la humanidad cometidos. Y digo que este muerto —Franco— está muy vivo porque entre los más jóvenes empieza a anidar la vieja idea de la transición que apuntaba que con Franco se vivía mejor.
Así lo indican encuestas como la que en su día hizo el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), donde, preguntados por los años del franquismo, el 20% de los jóvenes los valoran positivamente. El dato no se queda ahí: más del 17% de los jóvenes creen que la democracia actual es peor que la dictadura franquista.
Estas cifras, que podrían parecer anecdóticas o fruto del desconocimiento, deberían alertarnos profundamente. No solo porque frivolizar con una dictadura equivale a banalizar la represión, la censura y la violencia institucionalizada, sino porque pone en cuestión el trabajo memorialista —a menudo insuficiente— que se ha hecho en el Estado español. Que una parte de la juventud considere que el franquismo fue un periodo «mejor» revela una fractura grave entre memoria y relato, entre lo que pasó y lo que se explica que pasó.
Durante décadas, la transición democrática se construyó sobre una amnesia pactada, un silencio que se presentaba como precio necesario para la convivencia. El resultado es que muchos jóvenes han heredado una historia amortiguada, narrada sin aristas, donde Franco aparece más como un personaje lejano que como el responsable de un régimen de persecución política, de miles de muertos, de cárceles y exilios. Esta ausencia de un relato claro, contundente y pedagógico sobre qué significó el franquismo es el compuesto ideal para que arraiguen mitos, nostalgias prefabricadas y revisionismos históricos que, en realidad, solo benefician a la extrema derecha.
El fenómeno no es exclusivo de aquí: en Europa y en todo el mundo se observa como una parte de las generaciones más jóvenes, nacidas ya en libertades, pero también frágiles, tienden a idealizar pasajes autoritarios o figuras fuertes en momentos de incertidumbre económica, precariedad y desencanto político. Pero al caso español se añade un ingrediente específico: la herencia de un relato dominante que, durante años, ha evitado condenar con contundencia el franquismo por no incomodar ciertos pactos de la transición.
Que hoy algunos jóvenes piensen que «con Franco se vivía mejor» también es el síntoma de una democracia con déficits: desigualdades estructurales, falta de oportunidades, dificultades materiales que generan frustración y hacen crecer la tentación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero es precisamente aquí donde la responsabilidad política e institucional debería ser inequívoca: explicar que la libertad, los derechos y la dignidad no son variables negociables con el orden, que la prosperidad nunca puede justificar la represión, y que el franquismo no fue un régimen de estabilidad sino de miedo.
Cincuenta años después, Franco sigue presente no porque tenga nada de vivo, sino porque no hemos sabido sepultarlo del todo en el lugar donde le corresponde: en los libros de historia, acompañado del relato fiel de qué significó su régimen. Cuando un país no hace bien las paces con el pasado, el pasado regresa disfrazado de falsa promesa. Y este muerto, por sorprendente que parezca, sigue moviendo los hilos de un debate que debería ser inexistente en cualquier democracia madura.
La solución no pasa por indignarse solo ante los datos, sino por asumir que hay una tarea pendiente: una pedagogía democrática clara, valiente y rigurosa; una política de memoria que rompa el silencio e ilumine aquello que durante demasiado tiempo se ha querido dejar a oscuras. Porque si no se hace, entonces sí: este muerto seguirá estando muy vivo.








