Contra viento y marea —el viento serían las acusaciones más o menos fantasiosas contra su mujer y la marea las del hermano, o al revés, tanto vale; o el caso Koldo y sus derivadas, o el caso contra el fiscal general…—, Pedro Sánchez insiste en, no solo agotar la legislatura, sino también en presentarse a las elecciones de 2027. Si bien es cierto que para el 2027 queda tiempo, y que en política —como en la vida de los perros—, los años se multiplican por equis, y que, por lo tanto, puede pasar de todo y más, le envidio al presidente su capacidad de resistencia. Cae y se levanta, vuelve a caer y se vuelve a levantar. Yo, en su lugar, tiraría la toalla, pero Sánchez es mucho Sánchez y —dice— tiene cosas todavía por concluir.
No todo lo que hace Sánchez me gusta, ni mucho menos. Si lo pusiéramos en una balanza, quizás incluso el lado negativo podría pesar ligeramente más. Pero, ustedes han visto ¿quién calienta en la banda? Alberto Núñez Feijóo, aquel político presuntamente moderado, que tenía que situar al PP, por fin, como una derecha homologable a las mejores derechas europeas, y que ha resultado ser un radical más, mediocre también —el de Carlos Mazón…
Es cuando ponemos al candidato popular a la balanza, que Sánchez se nos dispara al alza. Eso sin olvidar que Feijóo viene con hipoteca: Santiago Abascal (Vox) —personaje, este sí, que no engaña: es un facha de ñoño, a años luz, por ejemplo, de Giorgia Meloni. Y ahí es cuando se empieza a entender por qué Sánchez no abandona, y mejor que no lo haga. Si el relevo alternativo fuera alguien solvente, todavía. Pero con Feijóo a punto de saltar al campo y Abascal haciéndole de muleta, cualquier duda se resuelve sola: más vale resistir. Quizá su legado no será perfecto, pero al menos evita la oscuridad.
Que Sánchez es tozudo… Seguro. Que le gusta la poltrona… También. Pero, viendo el panorama, incluso los que no somos de ningún club de fans, nos acabamos preguntando: si no es él, ¿quién? La política española es un desierto de ideas y un bosque lleno de gritos. Quienes deberían renovarla son atrapados por sus propias contradicciones: Yolanda Díaz con un proyecto que no arranca.
Así pues, Sánchez no resiste solo por sí mismo, sino porque sabe que no hay recambio claro, ni dentro de su partido ni fuera. Es el mal menor convertido en opción central. Y esa es la paradoja: que un hombre que ha sido muchas veces cuestionado por los suyos, ahora sea visto como el único capaz de contener la tormenta. No para convencer, sino para aguantar.
Quizás eso es gobernar hoy: no tanto construir grandes ilusiones, como evitar que el edificio se derrumbe. España funciona, a pesar de los bramidos y los apocalipsis anunciados. Y mientras Feijóo sigue haciendo discursos que no recuerda ni él al día siguiente, y Abascal juega a ser la sombra de la dictadura, Sánchez sigue ahí, tozudo, con gafas cuando conviene, sin Junts, con la justicia pegada a los talones, pero con la mirada fija en 2027.
