Laporta quiere congelar e inmovilizar a Messi, reduciéndolo a una estatua

Atacado de los nervios y sobrepasado por el efecto demoledor de la foto furtiva de Leo en el barcelonismo, ya no quiere saber nada de él ni de su homenaje, dice no arrepentirse de haberlo echado y quiere darle el mismo trato que a Kubala y a Cruyff: recordarlo como leyenda, no como un activo

Leo Messi, celebrant la Champions del 2011 (FC Barcelona)

Joan Laporta no puede disimular que lleva pero que muy mal el golazo que Leo Messi le marcó el domingo pasado, a eso de la medianoche, un zurdazo por la escuadra imprevisto, rápido, medido, potente y colocado a la vez. Desde la mañana del lunes, cuando el crack argentino colgó en Instagram esa imagen de Leo en su casa, feliz, risueño y con esa simpática sonrisa de haber cometido una travesura, a Laporta se lo llevan los diablos.

Su equipo médico/propagandístico habital tardó dos horas en reaccionar con una línea en la cuenta oficial del club dándole la bienvenida a «tu casa, Leo», eso sí, envuelta y acompañada de una falsa filtración a los medios según la cual Messi había solicitado permiso y desde la junta, se le había concedido generosamente.

Era mentira, como el propio presidente reconoció el jueves por la mañana, cuando ya no pudo reprimir más su malestar y rabiosa reacción -solo ante los suyos en la intimidad- en la entrevista a Catalunya Ràdio que le organizaron con la exclusiva finalidad de dar réplica a la oleada extraordinaria y desbordante de fervor barcelonista desatada por una simple foto. La imagen, medio desenfocada y, como quien dice, robada a la carrera, con un punto de historia excitante y furtiva, pero con la imparable fuerza de su simbolismo, el del mayor gesto posible de amor al Barça de quien ha sido y será el mejor jugador de todos los tiempos, había provoca un tsunami de felicidad entre la afición barcelonista. De la misma intensidad y colosal dimensión con la que, inversamente, había desnudado al presidente del Barça de su embustero relato sobre la recuperación de su buena relación con Leo.

El delantero argentino no buscaba ganar ninguna guerra, solo demostrar que su agradecimiento y estima al club siguen inalterables e incluso mejorando con los matices de la distancia y de la añoranza, estableciendo que la única deuda pendiente es la de poder sentir una vez más, en una despedida en el estadio, el cariño de su gente por la sencilla razón de que cuando se fue venía de más de un año sin jugar con público. Nada más. Cuando pueda ser, cuando el Spotify esté terminado y cuando definitivamente cuelgue las botas y reabra también su casa de Castelldefels.

Laporta reaccionó nervioso y crispado porque ante las elecciones que vienen, la amenaza y el peligro no radican en que Leo pueda reforzar a un enemigo de la oposición. Lo que le molesta es que no milite ya descaradamente en su bando como en el 2021 y, sobre todo, que esta semana Leo haya vuelto a ser el gran protagonista, quien haya tomado las riendas mediáticas de su relación, no con el presidente, al que ha insultado elegantemente desde la más absoluta indiferencia, sino con el Barça.

Laporta ya no está para compartir la gloria de ser el rey del Barça desde que echó a Messi en una decisión, dejó bien claro el jueves en la radio, de la que «no me arrepiento en absoluto», para reforzar a ese sector el barcelonismo que no solo nunca le ha criticado ni cuestionado darle la patada a Messi, sino que además creen que todo fue culpa de Messi por pesetero. Nada que ver con los planteamientos electorales, desde luego.

Aun así, sin que la foto haya provocado tensiones y conflictos, Laporta no ha soportado que el barcelonismo siga encantado con la visita de Leo y no se le ha ocurrido otra cosa que, perversamente, anunciar que le pondrá una estatua en el Camp Nou. Y lo ha hecho en forma de desafío, de duelo personal acompañando el anuncio de un condicionante: «Bueno, su familia tendrá que estar de acuerdo».

Es decir, que excluye a Leo de la ecuación y le reta a que sea familia la que diga que sí o que no a la estatua. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que, para Laporta, Leo ya no está en su mundo, ya ha pasado a ser un personaje al que hay que inmovilizar y congelar en el recuerdo, como a Kubala y a Cruyff, a los que se les levantó una estatua años después de fallecer en recuerdo y homenaje y con el permiso de la familia. Messi tiene en común con ambas figuras que es una leyenda del club, desde luego, pero con la enorme diferencia que está muy vivo y con un enorme deseo de volver su casa y, como Kubala y Cruyff, que fueron entrenadores, quién sabe si hasta ganar más Champions y Ligas desde el banquillo. Mejor que la familia se niegue a reducir a Messi a una estatua y que también le haga llegar a Laporta un mensaje igual de claro que el de la foto, que simplemente le deje ser barcelonista libremente y a su manera. Laporta, de nuevo, con sus excesos totalitarios y con ese tic de cacique y despótico que se le escapa.

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