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El «pequeño comunista»

Xavier Ribera

Gasetiller, escrividor i guionista. Com deia Calders, "vaig néixer abans d'ahir i ja som demà passat. Ara només penso com passaré el cap de setmana".
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Así ha bautizado el presidente Donald Trump a Zohran Mamdani, flamante nuevo alcalde de Nueva York: de «pequeño comunista». Una etiqueta que, viniendo del gran fascista, tiene su aquel… Lo hace —supongo— porque el demócrata ha prometido, entre otras cosas, transporte público gratis y ayudas a la vivienda y los alquileres, que calcula financiar subiendo los impuestos a los más ricos. Esta sería, palmo arriba, palmo abajo, la receta que ha llevado al joven socialista —así se define él en realidad— a conectar con una sociedad, la neoyorquina, cansada de la desigualdad. Nueva York es hoy una metrópolis donde conviven la riqueza más obscena y la precariedad más dura; donde los precios del alquiler ahogan a la juventud y los servicios públicos se han ido degradando. Así, el ‘comunista’ ha dado con la tecla y, contra todo pronóstico, bajo amenazas del líder anaranjado, y recelos de propios y extraños, ha alcanzado la preciada silla neoyorquina, convirtiéndose en el primer musulmán en conseguirlo. Esta normalidad, que también han alcanzado ciudades como Londres o Róterdam, tiene en el caso de la ciudad de los rascacielos, golpeada por los atentados del 11-S y con un lobby judío potentísimo, un plus meritorio.

Pero la victoria de Mamdani no es un caso aislado. Las urnas han hablado también en Virginia y Nueva Jersey, donde los republicanos de Trump se han llevado un correctivo que no esperaban. El mensaje es claro: la estrategia del resentimiento, del «Make America Great Again» permanente, empieza a desgastarse. Las guerras culturales pueden encender las redes, pero no pagan los alquileres ni llenan la nevera. Los votantes, incluso en territorios tradicionalmente conservadores, parecen haber dicho basta al odio como programa y al show como estilo de gobierno.

En Virginia, los demócratas han conseguido mantener el control del Senado y recuperar la Cámara de Delegados, en una victoria que se interpreta como un freno al trumpismo más agresivo. En Nueva Jersey, a pesar de la fuerte campaña republicana basada en el miedo a la «invasión woke» y a la inseguridad, también han resistido con fuerza. No es tanto un viraje ideológico como un signo de agotamiento: la gente quiere soluciones, no eslóganes. Y Mamdani —con su discurso sobre justicia social, vivienda digna y servicios públicos universales— ha ofrecido algunas, aunque parezca utópico a ojos de quienes confunden la política con la gestión del negocio.

Trump, por su parte, ha reaccionado como sabe: con insultos, teorías conspirativas y una buena dosis de autocomplacencia. Pero tras su ruido hay nervios. Las victorias progresistas en Nueva York y en los estados del cinturón oriental indican que su América no es toda América. Que hay una generación —más diversa, más pobre, más precaria, pero también más formada— que ya no compra el relato del magnate salvador. Y que, quizás, el futuro del país pasa más por las ideas de un «pequeño comunista» de Queens que por las bravatas de un millonario resentido.

Las elecciones de media legislatura del próximo año serán, sin duda, un nuevo termómetro. Pero lo que ha pasado estas semanas deja un mensaje que traspasa fronteras: el populismo autoritario no es invencible, y la esperanza —por muy modesta o «comunista» que sea— todavía puede ganar. Como dijo Martin Luther King, «el arco de la historia es largo, pero se inclina hacia la justicia». Quizás en Nueva York, en Virginia o en Nueva Jersey, este arco empieza a curvarse de nuevo en la buena dirección.

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