La centralidad del trabajo, la inteligencia artificial y sus burbujas

Bluesky

El proceso evolutivo transformó a los primates en Homo sapiens. Se desarrollaron lenguajes complejos y culturas simbólicas. El bipedalismo facilitó el uso de las manos, y el progreso cerebral permitió organizar actividades, crear y perfeccionar herramientas.

Susana Alonso

Desde entonces, la subsistencia humana se basa en el trabajo, que nos permite satisfacer las necesidades materiales, evitar la pobreza y construir una vida digna. Nos dota de identidad, de pertenencia y de propósito; amplía el abanico de opciones y nos permite vislumbrar un futuro optimista. A través de interacciones y conexiones laborales se forja la cohesión social y se infunde confianza.

Sin embargo, el trabajo también puede ser peligroso, insalubre, impredecible, inestable, agotador, vejatorio, humillante, degradante, mal remunerado y hacernos sentir física y emocionalmente atrapados.

Con la Revolución Industrial, al artesano se le sustrajo el “poder hacer” —no pudo competir con el mercader financiero en la adquisición de materia prima ni en la distribución del producto acabado— aunque conservó el “saber hacer”.

Los conocimientos profesionales —esenciales para la producción—, el recinto fabril, las condiciones laborales y la solidaridad unieron a los trabajadores. El patrón capitalista se convirtió en el adversario común. Surgió entonces la conciencia de clase, capaz de generar cambios frente a la explotación del hombre por el hombre y de impulsar la emancipación obrera.

Máquinas y herramientas aportaron precisión, velocidad y funcionalidad al trabajo. La organización industrial —planificación, programación, dirección, ejecución y control— ofreció mayor eficiencia. Pero la del trabajo —taylorismo, fordismo, “justo a tiempo”— introdujo mecanismos que distorsionan la conciencia de clase.

Las aplicaciones en la economía de plataformas y las microtareas convierten a los trabajadores en prescindibles y sustituibles. Sus conocimientos ya no son esenciales. Con empresas distintas compartiendo un mismo recinto fabril, la dispersión de la producción en diversos lugares y los reducidos plazos de amortización que facilitan la deslocalización, los trabajadores se angustian, se individualizan y se vuelven vulnerables. La propiedad se evanece, y los gestores se vinculan únicamente a la rentabilidad económica y a frustrar convenios colectivos.

Se producen cambios profundos en la vida laboral. Los avances tecnológicos —inteligencia artificial, automatización, robótica— vuelven obsoletas muchas competencias profesionales y ensanchan la brecha territorial y de género.

Si la inteligencia humana fuese “solo” conexiones neuronales y sinápticas con neurotransmisores, la máquina superinteligente que se está creando sería más que una herramienta: sería una nueva especie, capaz de seguir instrucciones, aprender, adaptarse y evolucionar más allá de la comprensión humana, a la que pronto superaría.

Pero lo cierto es que la inteligencia artificial solo analiza datos, automatiza procesos y maneja el lenguaje. Las capacidades humanas: la empatía, la creatividad —intuición, inspiración y ruptura de esquemas prediseñados—, la conciencia y la perspectiva subjetiva del mundo son difíciles —quizás imposibles— de imitar por completo.

La resolución de conflictos requiere habilidades como la negociación, la comprensión cultural y emocional. La IA aprende con datos, pero no tiene vivencias ni contexto que le permitan aprender como lo hace una persona.

Con el incremento exponencial de la actividad tecnológica, surgen crisis que provocan desempleo, quiebras y recesiones económicas. En el año 2000 estalló la burbuja financiera de las puntocom. En 2008, la quiebra de Lehman Brothers hundió el mercado inmobiliario. Meta sufrió caídas masivas en marzo y diciembre de 2024. Este julio cayó Microsoft, y el bloqueo en octubre de AWS —el mayor proveedor de servicios digitales en la nube—        evidenció, una vez más, las vulnerabilidades de los servicios prestados por grandes compañías tecnológicas norteamericanas privadas, que operan sin regulación legal alguna en la internet global.

Cuando el único fin es acumular capitales y aumentar el beneficio privado, los avances tecnológicos quedan sujetos a crisis y sobresaltos. Las posibilidades y expectativas de la IA a corto y medio plazo están exageradas. Los gastos en energía, agua y maquinaria son exorbitantes. La acumulación de capital invertido y gastado sin retorno ni rentabilidad es enorme. El precio de las acciones de las empresas vinculadas difiere del valor real, lo que permite intuir que van a estallar, y que lo harán con gran daño.

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