Uno de los dramáticos efectos colaterales de la desigualdad económica y social entre Europa y el continente africano son los menores no acompañados que llegan con los contingentes migratorios irregulares. La mayor parte de estos niños no es que pierdan a sus padres durante la azarosa travesía, sino que son embarcados por sus familias sabedoras de que, por su minoría de edad, no podrán ser devueltos al país de origen y esperando que tengan la suerte de construirse en Europa un futuro mejor que el que les espera en los países del Sur.
Lo primero que pensamos cuando lo vemos es en la inmensa irresponsabilidad y falta de humanidad de unos padres que abandonan a unos hijos pequeños a su suerte, en manos de mafias del transporte y llegando a un lugar absolutamente desconocido y sin referencias. Pero también se puede hacer una mirada diferente: qué nivel de desesperación se debe sufrir que te lleve a desprenderte de los hijos, qué falta de esperanzas y de futuro sienten las familias que actúan de esta manera.
El tema resulta emocionalmente dramático de abordar y las dificultades de hacerlo de manera humanamente adecuada en los países de llegada -en este caso España-, no resulta nada sencillo. Un tema que hay que abordar con sensibilidad, recursos públicos y protección hacia unos menores a los que hay que darles la seguridad de no acabar en manos de explotadores y una formación y perspectivas que les eviten una marginalidad a la que parecen abocados por el destino.
En España el tema ha ido adquiriendo importancia numérica. En la progresión de llegadas estamos ya en 19.000 niños en esta condición. Han entrado a formar parte del debate político perverso que se hace sobre la inmigración así como de la relación interesada que algunos establecen con la delincuencia. Están generando un rechazo fomentado en algunos barrios, reticentes a que haya centros donde residan estos jóvenes. Estamos hablando de un colectivo mayoritariamente masculino, de procedencia africana y que en un 60% son de origen marroquí.
El gobierno español tiene muchos problemas para hacer un reparto en el territorio de estos menores en la medida en que deben ser adecuadamente tratados y, al mismo tiempo, compartir la carga económica y social que pueden representar a las administraciones públicas. En Canarias, donde llegan en gran parte con las pateras, hay 8.500, lo que se hace insostenible e ingobernable para aquella comunidad, que pide solidaridad y correspondencia a las otras comunidades autónomas, como también lo hacen las Baleares, en la medida en que es la nueva ruta de llegada en expansión. Esto ha llevado al gobierno central a establecer un reparto proporcional al peso poblacional de las diferentes comunidades, cosa que parece la más lógica y equitativa, así como la manera de mantener una escala que garantice un tratamiento e inserción adecuados.
Pero la derecha y la extrema derecha españolas tienen todos los frentes de batalla abiertos contra las políticas del gobierno central y para mantener un relato absolutamente contrario al tema migratorio, como si este fuera un fenómeno que se produjera, no por razones socioeconómicas, sino como resultado de gobiernos progresistas interesados en «sustituir» a la población autóctona.
Las comunidades en manos de PP y de Vox -la mayoría- se niegan a aceptar una solución que, antes de nada, es imprescindible y humanitaria. Estos niños están aquí y no se puede hacer ver que no existen o abandonarlos a su suerte de vivir en la calle. Resulta especialmente repulsivo que culturas políticas que exhiben su carácter de católicas se nieguen a prestar socorro, aunque sea en nombre de la caridad cristiana. Han encontrado en su negativa el habitual recurso de referenciar Cataluña y el País Vasco, comunidades que quedan fuera del reparto en curso, en la medida en que ya atienden «menas» muy por encima de lo que les tocaría.
La derecha y sus medios mienten afirmando que el gobierno deja al margen de la carga a los «independentistas» que ayudan a mantener la mayoría gubernamental que la derecha pretende abatir. Desgraciadamente, la confrontación por ello se alargará y cogerá tonos más dignos del vómito que de la discusión. Si la derecha extrema -ahora lo es toda- mantiene el rechazo a la inmigración y especialmente este segmento no es sólo porque haya perdido la razón y los escrúpulos. Lamentablemente, una parte de la ciudadanía ha asumido esta actitud insolidaria y de desprecio hacia los diferentes haciéndoles culpables de frustraciones sociales y personales que no tienen nada que ver con ellos. ¿Por qué gusta tanto recrearse con los más débiles?
