Sucedió en una heladería barcelonesa del barrio de Gràcia hace unas semanas, en pleno agosto, en un local que, contra lo indicado por el Ayuntamiento de la ciudad, cumplía la norma vigente sobre rotulación lingüística.

Un breve resumen de lo sucedido: Una ciudadana entró en el comercio y en catalán, con todo el derecho del mundo, pidió un helado de chocolate y fresa (un gelat de xocolata i maduixa). La persona que le atendió, probablemente una trabajadora que lleva poco tiempo entre nosotros y no ha tenido tiempo para aprender el idioma, le preguntó por el significado de “maduixa”. Entendió el resto de la frase, pero desconocía el significado de la palabra.
Interrumpo la explicación, conjeturo dos posibilidades.
Supongamos, no supongo imposibles, una sociedad sensata, prudente, donde los ciudadanos y ciudadanas se comportan razonablemente, con cortesía. ¿Qué podríamos esperar de un caso así? ¿Qué hubieran respondido ustedes a la trabajadora? Pues seguramente algo así como lo siguiente: “Maduixa significa en castellano fresa. Le estoy pidiendo un helado de chocolate y fresa. Cuando pueda, gracias.” Razonable, parece lo más sensato y educado.
Un supuesto más. Supongamos ahora que la persona que entra en la heladería tiene un interés especial por el catalán, por el conocimiento social del catalán. Desea, como muchos deseamos, que el conocimiento del idioma sea generalizado, que todas las personas que vivimos en Cataluña comprendamos y usemos voluntariamente el catalán. ¿Qué hubiera podido responder una persona con ese marcado interés? Pues algo parecido, algo así como lo siguiente (hablando en catalán, despacio, sin gritos, ayudando, facilitando la comprensión): “’Maduixa’ significa fresa en castellà. Poco a poco lo irá entendiendo. Le recomiendo que asista a los cursos de aprendizaje del catalán que se imparten en algunos sindicatos. Por ejemplo, en Comisiones Obreras. Están muy bien, le serán de mucha utilidad”.
Parece una respuesta adecuada desde la óptica en la que estamos instalados conjeturalmente. Todos sabemos que una condición necesaria para aprender un idioma, para no distanciarse, es no tener ninguna animadversión contra él, acercarse a él con “buen rollo”. Cualquier defensor o defensora del catalán sabe que el ataque, la desconsideración al recién llegado que aún no habla catalán, el grito, el enfrentamiento, el insulto, nada ayuda a su defensa.
Pero, ¿qué sucedió realmente? Lo que ustedes ya saben o se imaginan: descalificaciones, denuncias, amenazas, tergiversaciones, ataques a la heladería, pintadas ofensivas de condena, etc. etc. En síntesis: la trabajadora que pidió ayuda para la comprensión de maduixa es una fascista españolista, una colonizadora lingüística, que no merece la menor consideración. ¡Un nuevo ataque contra la lengua y Cataluña!
En esa estamos. Por lo que me cuentan, en las mal llamadas “redes sociales” mucha gente se ha manifestado a favor de la “clienta enfadada”. Su “argumentación”: “¡tenemos derecho a hablar en catalán siempre y en cualquier circunstancia. Si no les gusta, que se vayan. Y punto. Visca Catalunya!”.
Desde luego que nadie niega el derecho de ser atendido en catalán en .Cat, pero es obvio que hay consideraciones básicas de educación, de comprensión, de cortesía, de ayuda a la trabajadora, que no cuadran con la intransigencia descrita.
Algo sigue oliendo mal y no es en Dinamarca. El nacionalismo .Cat de toda tendencia y condición (desde la CUP hasta Aliança pasando por Junts, ERC, ANC, Òmnium y colectivos afines) siguen defendiendo que el catalán debe ser la única lengua de la esfera pública (actuando con la máxima intransigencia en caso contrario) y que el castellano se vea reducido a un idioma familiar. Es decir, la imposición del monolingüismo en una sociedad marcadamente bilingüe (sin olvido ni exclusión de las numerosas lenguas que se hablan en Cataluña).
Ni que decir tiene que somos muchos los que nos oponemos a esa cosmovisión sesgada, intransigente y muy perjudicial para el conocimiento, la extensión de la lengua y el “vivir en catalán”.