Cincuenta años de profesión periodística, en prensa, radio, televisión y en la universidad. Fundador de El Periódico y Mundo Diario, subdirector de Interviú, ha publicado una quincena de libros. Entre ellos ¿Pero quién mató a Olof Palme?,El enigma de Brasov,Los nuevos déspotas del periodismo político y La transición que nunca te han contado. Ahora sale a las librerías Anatomía de la crispación (Ediciones Carena).
¿Por qué la anatomía (una ciencia, dice la Wikipedia, fundamental en la medicina y la comprensión de la vida) de la crispación?
He pasado dos años chapoteando en estas aguas fecales de lo que sería la apoteosis de la descalificación y el juego sucio en el teatro de la política. En la solapa del libro se advierte de que cada día nos están sumergiendo en excrementos. Y ahora a eso le hemos dado un cariz de normalidad, porque ya nadie se escandalizaría si nos preguntaran qué sentiríamos si alguien nos tirara mierda a la cara continuamente. Este ensayo es una respuesta en legítima defensa. Como ciudadano y especialmente como periodista, al ver que el enemigo ya está aquí, sacudiendo y carcomiendo el sistema. Puedes poner la metáfora que quieras. Tenemos una bacteria, un virus, un tumor… ¿Qué nos pasa? Con esta predisposición constante a frases que son casi una apelación directa a la violencia, ¿qué fermenta en nosotros? ¿Nos hacen, pues, más hooligans, más violentos? ¿Y eso cómo acaba? ¿Conflicto civil grave, democracia empantanada, soluciones autoritarias?
Citas en el libro la política y la comunicación como los ámbitos donde la crispación campa como quiere. Pero, ¿eso no pasa también bastante en la pareja, la familia, el trabajo…?
La política, la economía, la comunicación y la justicia se han escapado del control democrático. Se ha acabado la época en que los niños los traía la cigüeña. Hablemos claro. El poder de propagación de la crispación polarizada es inmenso, multiplicado a través de las redes sociales, plebiscitarias y sin poder transformador, el gran colector del odio. El panorama no es solo de la comunicación y de la política, sino también de otros actores. Podríamos hablar de los partidos, absortos a dominar y enfermos de autismo corporativo. La crispación es una atmósfera tóxica que lo envuelve todo. El lenguaje cotidiano nos delata sin que nos demos cuenta: nuestros adjetivos preferidos son «brutal» e «increíble». Se ha perdido la imaginación y con ello los matices y las gradaciones. En lugar de luchar contra la crispación galopante en todos los terrenos, nos dejamos llevar por el abucheo, la indiferencia o el cinismo para vivir en una cápsula aislada. Pero han pasado cosas. Factores universales de desigualdad (gran recesión, capitalismo desbocado, pandemia y eclosión tecnológica) han levantado una oleada de indignación que sigue aquí. En España, además, la crispación polarizada de los últimos 10 o 15 años, la aparición de extremos parlamentarios y el pim, pam, pum territorial lo determinan todo. En Cataluña, con un plus de peligrosidad por la desconexión y sus consecuencias.
Andrea Zhok, en su Crítica a la razón liberal, afirma que muchos de esos males contemporáneos de los que hablas en tu libro se pueden atribuir, en buena parte, a un neoliberalismo que hoy ocupa la totalidad del espacio ideológico, con toda su secuela de individualización, consumismo, reducción de la vida en el mercado…
Hemos aceptado la mercantilización de la vida, como aceptamos que la impunidad en la corrupción sea un derecho adquirido. Aceptamos la desigualdad como algo dialécticamente convalidado. Nos estamos tragando tantas cosas a la vez… El dinero es el poder supremo que lo gobierna todo, y con un énfasis singular en las plataformas de comunicación. Se dan las condiciones idóneas para que el capital sin escrúpulos haga y deshaga en el mundo definido por el éxito individual que divide entre ganadores y perdedores. Nos pilla con el pie cambiado. Sin una gestión ética de la vida ni energías para la convivencia. El mismo caso Koldo-Cerdán aparece con unas señales de identidad muy españolas, en las que impera la picaresca irritante: tendencia a la fiesta y sin incompatibilidades morales. En este contexto, no es nada extraño que surjan epifenómenos como el de Javier Milei, que recurre a palabras, gestos extrapolados, maximalistas, fuera de toda lógica y control. A lo largo de este ensayo, aparecen algunas de las cosas que ha llegado a decir Milei. Se pueden leer frases explícitas, que reflejan la pérdida de la moderación expositiva, que era una gran conquista intelectual. Todo se plantea de una manera cruda, no apelando directamente a la violencia, pero aludiendo a que algún día los españoles tendrán ganas de colgar por los pies Pedro Sánchez. Si alguien anima después a manifestarse en la sede del PSOE para apalear a un muñeco que representa al presidente, no está haciendo nada más que dando alas a la barbarie. La motosierra ha vencido a la razón ilustrada.
¿Todo ello, con la explícita intención, claro está, de mantener la parroquia apelando a sus instintos más bajos?
Una de las características de lo que vivimos es el revisionismo de la historia moderna, de manera que asistimos a este tufo exculpatorio que va desde 1939 a 1974. Esto produce otra contaminación del lenguaje. En nuestro país hay voces que exculpan a la dictadura franquista y llaman al revanchismo. La pregunta es: ¿de verdad quieren la guerra? Cada día perdemos terreno de lo que se pacificó con la transición. Por ejemplo, cuando una dirigente de la extrema derecha le dijo a Yolanda Díaz, despectivamente: «Usted, ministra comunista…». O cuando otro le espetó a la titular de Igualdad, Irene Montero: «Usted no tiene otro mérito que haber estudiado a fondo a Pablo Iglesias». Juzgar a un rival político por la persona con quien se mete en la cama traspasa todas las líneas rojas.
¿La ignorancia no tiene bastante que ver con esta deriva al tráfico del odio y la ideologización inculta?
Aquí entra la tecnología otra vez. El panorama está tan contaminado que con dos citas anónimas de una web se monta una querella. Ha cambiado tanto el paisaje que los discursos son los memes. El ruido y la brega de la pantalla lo superan todo. Me gusta mucho una metáfora de Manuel Vicent: si nos viéramos desde la Luna, apareceríamos como una fiesta de monos. Y añado: algo así como el juego del cubo de Rubik en manos de orangutanes. Caminamos como zombis absortos en el teléfono, prisioneros del aparato para lo que surja, más allá de la conversación, que, por cierto, no se enseña en la escuela. Hasta no hace mucho un niño podía ver pornografía en abierto en la televisión analógica. Ahora tiene un mundo en las manos para el que nadie lo forma. ¿Dónde están los cortafuegos para evitar el desastre? Estamos hablando de una oleada de basura gigantesca que ya está aquí. No se trata de cuestionar la libertad de expresión, sino de proteger la calidad del sistema ante la desmoralización y la desafección masivas.
La pérdida de referentes, el todo vale del posmodernismo, ¿no se encuentra también, de alguna manera, en la base de esta intoxicación masiva del lenguaje, los valores, el pensamiento?
Claro que hay una parte de eso. La pérdida del valor, el sentido justo y exacto de las palabras, que son las articulaciones del pensamiento. ¿Se oye la palabra fraternidad por algún lugar? Ni siquiera para ser pervertida. Otra, como solidaridad, pervive, aunque muchas veces con un sentido adulterado. La derecha no oculta su terrible fobia al activismo solidario. Todo lo que signifique igualar está mal visto, se rechaza. La moralidad, tal como ahora se entiende, es tajante, se conmina en forma de dilemas y con las palabras del mercado, que han sustituido el mercado de las palabras. «Te compro este argumento», ya es una cuña común que nos delata. El mundo binario, de la modernidad, es elegir entre Broncano o Motos. Sin más opción. Así, todo puede ser objeto de manipulación. No es solo la inquietud de que el señor Mazón se pueda ir de fiesta y dé largas a las víctimas. Encima, se da la disyuntiva imperiosa: ¿estás con Mazón o con la AEMET? Cualquier fenómeno te lleva a esa polarización. O estás con nosotros o contra nosotros. Los bloques herméticos despachan los temas con frases más o menos felices, y el resto, en la práctica, queda atrofiado en esta masa informe, entre el «Viva Franco» y el «Puta España». Algo que lleva a momentos graves.
¿Esos aires que respiramos por aquí, también soplan con la misma intensidad entre nuestros vecinos?
Francia es importante. Creo, por supuesto, que también sufren algunos de nuestros males, pero, de todas maneras, no van tan lejos en las palabras bélicas. Cuando salen, lo hacen contundentemente en los hechos, como puso de manifiesto el movimiento de los chalecos amarillos.