Sea por la rivalidad –o directamente envidia mal disimulada– que ha tenido siempre con Barack Obama, Donald Trump vive obsesionado con el Premio Nobel de la Paz –el expresidente ya lo tiene. El hombre que ha convertido el conflicto en marca registrada, que habla de «hacer América grande» mientras levanta muros y amenaza medio planeta, quiere pasar ahora por mediador universal. Y así lo vemos, con la misma naturalidad con que un lobo se disfraza de cordero, presentándose como árbitro en guerras como la de Rusia contra Ucrania, inclinando descaradamente la balanza hacia Putin; envolviéndose en el avispero eterno entre Israel y Palestina; o incluso dejándose ver entre Armenia y Azerbaiyán, porque todo conflicto es bueno si sirve para hacerse una foto.
Escribo esto antes de su anunciado encuentro con Putin. Vete a saber qué resultado tendrá, pero hay algo seguro: su objetivo no es la paz, sino la imagen. La paz es solo el atrezo; él es el actor principal.
Y es aquí donde propongo los Antinobel de la Paz. No es ninguna idea original: la inspiración viene de los Golden Raspberry Awards, los populares Razzies, que desde 1980 premian lo peor del cine. Y lo hacen sin piedad. Ronald Reagan, antes de instalarse en la Casa Blanca, recibió a un Razzie a la peor trayectoria cinematográfica. George W. Bush, ya con el botón nuclear bajo la mano, también ganó uno, compartido con Donald Rumsfeld, por sus «interpretaciones» políticas registradas por los informativos.
El Antinobel de la Paz seguiría esta filosofía, pero en versión geopolítica: premiar a aquellos que hablan de paz mientras juegan al Apocalypse Now. Galardonar a los que ponen una sonrisa delante de la cámara mientras, fuera de plano, encienden mechas.
Y el primer ganador sería un candidato imbatible: Trump. Un personaje capaz de presentarse como el «único» que puede evitar la Tercera Guerra Mundial, mientras felicita a Putin por sus «buenas jugadas» y se fotografía con Benjamín Netanyahu en medio de una ofensiva militar. Como aquel bombero que llega al incendio con un bidón de gasolina…
Si se crea el Antinobel de la Paz, su nombre quedaría grabado en la primera placa. No como homenaje, sino como advertencia universal. Porque, como dijo Albert Einstein: «No sé con qué armas se luchará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será con palos y piedras». Y Trump, si puede, querrá poner su nombre.








