Ahora que el primer equipo del FC Barcelona vuelve a rodar… El mundo del fútbol es muy sencillo: si el balón entra, todo va bien. Y en la temporada pasada, entraba. El Barça acabó el curso mejor de lo que muchos esperaban. El equipo, lleno de jóvenes que no tienen miedo y que corren como si el mundo les fuera detrás, ofrecieron momentos de fútbol más que notables. El nuevo entrenador, Hansi Flick —tranquilo, discreto, claro de ideas— ha devuelto al equipo una sensación de orden que parecía perdida. Se ha vuelto a jugar al fútbol.
No hay que hacerse trampas: a comienzos del pasado curso pocos apostaban por ver al Barça compitiendo de verdad. Se hablaba más de números, de palancas, de problemas con la Liga, que de lo que pasaba en el césped. Pero el equipo ha sabido crecer en medio de todo este ruido. Los jóvenes han dado un paso adelante, los veteranos han arrastrado cuando ha sido necesario y el técnico ha hecho de maestro de ceremonias sin reclamar protagonismo.
Ahora bien, que esto pueda convivir con la situación que vive el club en el ámbito institucional y económico es toda otra historia. Porque mientras la pelota entra, el presidente Joan Laporta sigue haciendo de Laporta. Declaraciones grandilocuentes, gesticulaciones, fotos buscadas, y una gestión económica que sigue generando más dudas que certezas. Todo ello, con el fiasco de Nico Williams, el enésimo retraso en las obras del nuevo estadio, y la crisis Ter Stegen, entre otros pufos. El optimismo que se vende desde el palco tiene mucho que ver con lo que pasa sobre el césped. Pero el día que esto se tuerza —porque el fútbol no es lineal— veremos qué queda de todo este relato de euforia.
Es perfectamente compatible elogiar lo que ha hecho el equipo y ser crítico con la gestión del presidente. De hecho, casi sería una obligación. El Barça ha vuelto a jugar bien al fútbol, pero el club sigue hipotecado, y la política de las palancas no se puede alargar eternamente. Hay un riesgo evidente de volver a caer en la huida adelante.
La gran paradoja de este Barça es esta: cuando más funciona el equipo sobre el campo, más se intenta tapar la inestabilidad que sigue fuera. Y como el balón entra, muchos se dejan llevar por la euforia. Pero no nos engañemos: la gestión económica sigue siendo opaca, los números no acaban de cuadrar y el club no puede vivir permanentemente instalado en la venta de activos y en el relato del «todo irá bien».
El día que el balón deje de entrar —porque todos los equipos pasan por momentos malos— veremos si la casa está lo suficientemente bien construida para aguantar. Ahora mismo, el fútbol salva el relato. Pero eso no puede ser la única base del proyecto. Hace falta más contención, más rigor, más seriedad en la gestión.
Mientras tanto, eso sí, disfrutemos de lo que pasa en el césped. El equipo se lo ha ganado, y los aficionados también. No cada temporada puedes ver como un grupo de jóvenes se cuadra delante de los grandes de Europa y les planta cara. Pero que eso no nos haga perder de vista lo que está pasando fuera. Porque cuando el balón no entre, todo este maquillaje saltará.








