Quizá un día estén en medio de una saludable siesta, llamen a la puerta, abran y sea Salvador Illa, no Clark Kent. Además de alucinar bastante le preguntarán por el motivo de su presencia y él les responderá que es un devoto del beau geste, es decir, simular hacer algo sin que tenga consecuencias prácticas en la realidad, pues el Presidente de la Generalitat, por motivos que desgranaremos sólo un poco, parece tener barra libre en su vis teatral.
Pongamos algún ejemplo claro para que no me acusen de dinamitero. Hace poco, mientras visitaba China y se pasaba por el arco de triunfo los consejos de la UE en torno a una marca telefónica del país asiático, habló de la amnistía, hasta avisar a los jueces que la última palabra sobre la cuestión corresponde a la ciudadanía.
Por suerte esta, cansada de tanto bombardeo político de la nada durante más de un decenio, ni se ha enterado de estas declaraciones, de un populismo preocupante y harto incorrectas en la boca de un político, pues debería conocer cómo funciona la separación de Poderes y la elección de los cargos en el mismo.
Hay más aspectos de Illa a criticar desde su perpetua happy hour de la gestualidad. No sé si se han fijado, pero en sus discursos presidenciales luce sólo la senyera, sin la bandera rojigualda ni la europea.
Esto es una bajada de pantalones para con los independentistas, igual de demencial que las diarias en la mal llamada televisión pública catalana, donde poco ha cambiado más allá de introducir noticias para disimular el desastre, desde la inacción, de los gobernantes socialistas.
Hace unos años toda la prensa hubiese criticado ese solitario estandarte, en cambio ahora el silencio es la norma. Hace unos años hubiesen pedido prisión, en cambio ahora Illa es un pacificador que va crecidito y habla como si nos sermoneara, cuando la realidad exhibe su incapacidad para tirar adelante, como su gran amigo Pedro Sánchez, los presupuestos de 2026.
El problema no radica sólo en nosotros, los periodistas. Toda la etapa anterior ha desmovilizado a la población, quien bien haría en reaccionar ante tanta desidia y desmantelamiento de lo público, con apoteosis suprema en Rodalies, que debería recibir, si alguien sabe cómo activarla mi apoyo será visceral, una demanda colectoia de miles y miles de ciudadanos, a quienes se debería indemnizar con miles y miles de euros por pérdidas de tiempo y otros derivados.
La respuesta suele ser el silencio. Hace poco sufrí el desdén de una compañía aérea amarilla que empieza por V, oh, en Marsella y Barcelona. Durante horas nadie nos atendió en la puerta de embarque, salimos tarde, no nos pidieron disculpas y al presentar una reclamación dijeron que todo esto, sin darnos siquiera un vaso de agua durante el vuelo, no era causa de indemnización, a lo que respondí preguntándoles si sólo compensarían tras recibir tortura o algo por el estilo.
Illa es un poco esto. Quizá debería reflexionar un poco y aceptar que hacer politica no es una mala copia de Instagram, una de las mayores inutilidades de la contemporaneidad. De mientras potencia a Albert Dalmau, un tecnócrata treintañero con pinta de maduro al borde los cincuenta. No pasa nada con eso, todos tenemos nuestra genética, así como todos, como ciudadanos, merecemos el respeto de ser gobernados por personas dedicadas a ello.







