El termómetro no miente

Bluesky

Este junio, Cataluña ha vuelto a freírse bajo un calor que ya podríamos dejar de llamar ‘atípico’. Días y días rozando o superando los 40 grados, noches tropicales que impiden dormir, bosques que se secan como si fuéramos al Sahel y un campo agrícola siempre perjudicado. Todo ello, ya no es una excepción: es la nueva normalidad climática. Y todavía hay quien lo niega.

Los datos son incontestables. Según el Servicio Meteorológico de Cataluña, la temperatura media ha subido más de 1,8 °C desde mediados del siglo XX, una cifra superior a la media global. Pero lo que espanta más no es tanto la subida sostenida como la velocidad del cambio. En junio de 2022, en Les Garrigues, se alcanzó una máxima de 43,1 °C, una temperatura que hace veinte años se asociaba a ciudades del norte de África, como Orán o Túnez. Hoy, estas temperaturas son cada vez más habituales aquí. En Lleida, este junio pasado, se han registrado temperaturas máximas similares a las de Fez, en Marruecos.

Aunque los pantanos han recuperado niveles destacables esta primavera, el campo agrícola —sobre todo en zonas de secano— continúa resintiéndose de los efectos acumulados de una sequía estructural. Los buenos datos de reservas no siempre se traducen en una mejora directa para los cultivos, que arrastran años de déficit hídrico, restricciones de riego y cosechas mermadas. La recuperación, si llega, será lenta y desigual.

El cambio climático ya no es una teoría científica, sino una realidad cotidiana. Las sequías, los incendios, las olas de calor y los fenómenos extremos se han convertido en compañeros habituales de viaje. Y, a pesar de todo, los negacionistas climáticos continúan con su cruzada de desinformación.

En lo más alto de esta ola negacionista sigue instalado, grotescamente, Donald Trump. El presidente norteamericano, que sacó a EEUU del Acuerdo de París y calificó el cambio climático de «mentira china», ha sido uno de los grandes aliados de las industrias contaminantes y de la ignorancia global. Pero no es el único. En Europa, partidos ultras y gobiernos populistas minimizan la crisis climática, posponen políticas verdes o incluso las deshacen. Aquí mismo, en nuestra casa, hay voces mediáticas y políticas que siguen diciendo que todo esto es «cíclico» o «natural».

No, señores. No es cíclico. Es sistémico. Es el resultado de décadas de un modelo económico basado en el petróleo, la explotación y el crecimiento sin límites. Lo que vivimos ahora es solo una cata de lo que nos espera si no ponemos freno. Y hay que decirlo claro: negar el cambio climático ya no es una opinión, es una irresponsabilidad criminal.

Es necesaria una acción decidida y valiente. Hacen falta gobiernos que dejen de mirar las encuestas y empiecen a escuchar a los científicos. Hacen falta medios que no den voz al negacionismo en nombre del «pluralismo». Y es necesaria una ciudadanía crítica, comprometida y exigente. El futuro no se escribe solo. Y si no queremos que este futuro sea asfixiante —literalmente—, hay que actuar ahora. Quizás no podamos evitar que haga calor este verano; pero sí podemos evitar que el siguiente sea aún peor. O como decía el sabio: «Si no puedes soportar el calor, no hagas cosquillas al dragón».

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