Al final, quien ha podido hacer, ha hecho…

Bluesky

Había una vez un país donde los partidos se escandalizaban cuando robaba al adversario, pero lo justificaban cuando robaba el cuñado. El caso Koldo no es una excepción, sino una moralidad: quien gobierna demasiado tiempo, se acaba pensando que las instituciones son suyas. Y que el sobre coste es un derecho de conquista.

No es el delito el que diferencia a los partidos, sino la manera en que lo gestionan. El PP institucionalizó la corrupción como una forma de engranaje interno, con sobresueldos, cajas B y silencio cómplice. El PSOE, cuando se le coge en falso, corre a hacer ver que todo ha sido cosa de un individuo aislado, un error, una traición puntual. Pero cada vez cuesta más sostener el relato.

La trama Koldo–Ábalos–Cerdán no es un caso aislado, es un tríptico de miserias. Koldo García, el chofer ascendido a hombre fuerte de las gestiones opacas; José Luis Ábalos, el político leal que miró hacia otro lado mientras todo pasaba en su despacho; y Santos Cerdán, el negociador silencioso del partido, que siempre ha sabido mover los hilos entre bambalinas.

Y mientras todo esto estalla, el PP se pone las manos en la cabeza y hace ver que acaba de descubrir la corrupción. «¡Mafia o democracia!», gritan solemnes, como si la Gürtel no hubiera existido nunca. Indignación repentina, hemeroteca olvidada. Y en medio, resuena todavía aquella frase atribuida a José María Aznar que lo condensa todo: «El que pueda hacer, que haga». No es un lapsus. Es todo un programa de gobierno.

Porque, seamos sinceros: el escándalo no es solo que haya corruptos. El escándalo es la hipocresía. Es Aznar denunciando al otro mientras protege a los suyos. Es Alberto Núñez Feijóo hablando de limpieza con el vestido salpicado. Es la derecha exhibiendo indignación cuando le conviene, y complicidad cuando toca callar.

Eso no exime a nadie. Si Pedro Sánchez ha tapado, conocido o aprovechado esta red de favores y cobros, que pague políticamente. Con contundencia, con dimisión o con urnas. Pero que no venga el PP a hacer sermones de virtud desde el púlpito de la Gürtel, Kitchen y compañía.

En este país, la corrupción no es patrimonio de un color. Lo que cambia es el oficio con el que se la gestiona. Unos la convierten en sistema, otros en naufragio. Pero si queremos limpiar la casa, hay que empezar por reconocer que todos los partidos tienen mierda bajo la alfombra. Al fin y al cabo, como decía Bertolt Brecht: «El ladrón pequeño entra en la cárcel; el ladrón grande entra en el gobierno».

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