El 29 de octubre de 2024, el cielo descargó sobre Valencia la lluvia de todo un año en sólo ocho horas, causando la devastación de varios pueblos y la muerte de 225 personas. Mientras los valencianos morían ahogados o perdían todas sus pertenencias, su presidente, Carlos Mazón, almorzaba plácidamente en un restaurante del centro de la capital valenciana llamado El Ventorro. En el digital Directo al Paladar, el periodista Jaime de las Heras describe el local en estos términos: “El Ventorro, autodenominado casa de comidas, es un restaurante tradicional con varias décadas de vida y que desde hace años es lo que se podría considerar una mesa del poder (en negrita en el original). Raro es el político, empresario o profesional que no haya pasado alguna vez por alguna de ellas, distribuidas en tres plantas, o por alguno de sus reservados”.

Aparte de la irresponsabilidad absoluta que demuestra este comportamiento, por no hablar de lo que la psicología calificaría sin duda como un grado alarmante de psicopatía (falta de empatía), hay un misterio insondable: ¿Cómo es posible que no se haya podido averiguar a ciencia cierta cuánto tiempo permaneció allí Mazón, ni por qué, cuando más se le necesitaba, se desentendió de la muerte y la destrucción que en aquel instante reinaban a pocos kilómetros de su plato? En un local tan céntrico, tanto, que está a sólo unos pasos de la Bolsa de Valencia… ¿nadie vio nada? ¿Y ni un triste cliente, camarero, jefe de sala o gerente de restaurante pueden contarnos algo?
Pero además hay un detalle trascendental: no almorzó solo. Lo hizo con una popular periodista valenciana llamada Maribel Vilaplana. La testigo más directa de lo que ocurrió, aquella que podría dilucidar el misterio, ni está, ni se le espera. En un país donde el intrépido periodismo nacional es capaz de difundir las conversaciones de WhatsApp más sórdidas, donde un hijo de buena familia como Pedro Sánchez se permite llamar “pájara” a su ministra de Defensa… ¿Ningún periodista, ni siquiera del medio más crítico con la derecha, ha podido localizarla y entrevistarla, para sonsacarle algún detalle? ¿Por qué parece haberse vaporizado? ¿Su silencio es voluntario o del tipo “no quiero despertarme por la mañana con una cabeza de caballo en la cama”?
Solo se me ocurren dos posibles explicaciones. Una, la hipótesis siciliana. Una omertà, una ley del silencio tan potente que directamente disuada de cualquier intento de desvelar aquello que no debe ser revelado bajo ningún concepto. Pero como esta teoría es inconcebible, pues supondría admitir que, más que en un “Estado de derecho”, vivimos en una realidad mafiosa, sometida a un poder oscuro y fáctico, sólo nos queda la parapsicología. El Ventorro, local de nombre plebeyo donde los poderosos de Valencia cierran sus tratos, habría actuado como el Triángulo de las Bermudas, infausto lugar donde desde hace décadas desaparecen barcos enteros y hasta escuadrillas de aviones, sin dejar rastro.
Para esta pseudociencia, dicha zona constituye una anomalía, un pasillo en el Espacio-Tiempo, que comunica nuestra realidad con otras realidades paralelas. Así, aquel 29 de octubre, lo que podríamos ya calificar sin complejos como Triángulo Ventorrero, habría abducido a Carlos Mazón, quien habría accedido así, siquiera por unas horas, a una dimensión desconocida.
Nunca sabremos qué ocurrió en este no-lugar. Pero tal vez en ese universo paralelo él se comportó como un ser dotado de ética, como un político que hace honor a su cargo, permaneciendo desde el primer momento al pie del cañón y demostrando responsabilidad, eficacia y empatía. Quizás hasta su consejera Salomé Pradas se reveló como una experta conocedora del sistema de alarma ES-Alert. Y donde, por supuesto, fueron todos los demás, sin excepción, los que fallaron. Debe de ser así, porque tras regresar del más allá, no para de repetir esta versión.
Sin embargo, nunca sabremos lo qué pasó. Como tampoco sabremos por qué el presidente Sánchez, tras su desgraciada visita a Paiporta -donde estuvo a punto de ser apaleado- no ha vuelto nunca a Valencia, en contraste con los viajes (algunos medios aseguran que 10, otros que 11 o 13) que realizó a la Palma para interesarse por las víctimas del volcán. Igual que seguiremos sin saber el origen real del Covid, pese a que ya han pasado cinco largos años desde su aparición. O las verdaderas causas del mayor apagón eléctrico sufrido nunca en España.
No lo sabremos. Lo que me hace pensar en nuestra triste condición de figurantes.








