Es difícil seguir el ritmo de las trifulcas mediáticas entre Donald Trump y Elon Musk. Hace no mucho, mantenían una relación de conveniencia y sintonía pública. Hoy, se lanzan reproches a través de las redes sociales y en declaraciones públicas. Esta ruptura, como tantas otras en la política-espectáculo contemporánea, tiene más de teatralidad que de divergencia ideológica. No se trata tanto de un choque de valores como de una competición de egos que se disfraza de debate político.
El desencuentro no debería sorprender a nadie. Ambos comparten una visión eminentemente transaccional de las relaciones personales y políticas: aliados cuando les conviene, rivales cuando el interés o la imagen pública lo exige. Su relación inicial parecía marcada por intereses coincidentes más que por una verdadera afinidad ideológica. Musk, entonces, no escondía una cierta simpatía por las políticas de desregulación que defendía la administración Trump, mientras este valoraba positivamente el peso y la influencia pública del empresario.
En los últimos meses, Musk ha optado por distanciarse políticamente de Trump, tal y como se desprende de algunas de sus intervenciones públicas y tuits. No está claro si esta decisión responde exclusivamente a convicciones personales, a estrategias empresariales o a consideraciones de imagen, pero el cambio de tono es evidente. Trump, fiel a su estilo combativo, ha respondido con reproches y descalificaciones, que se han hecho públicas y notorias.
Este intercambio, que podría ser anecdótico si no fuera por la prominencia mediática de ambos, contribuye a enrarecer aún más un espacio público ya bastante saturado de ruido y confrontación. Mientras problemas de gran alcance —como la crisis climática, el avance acelerado de la inteligencia artificial o el aumento de las desigualdades— piden liderazgos sólidos y reflexivos, asistimos a una pelea de patio de escuela entre multimillonarios obsesionados por su protagonismo.
Que una pelea entre estos dos personajes haya acaparado tantos titulares dice mucho sobre el estado de la esfera mediática actual. Pero también nos interpela como ciudadanos: no podemos permitir que disputas personalistas acaben marcando el pulso de la agenda política y social. Más allá de los reproches que se puedan dirigir mutuamente Trump y Musk, tenemos derecho a exigir que los grandes temas que afectan a la mayoría sean tratados con seriedad y responsabilidad.
Dos hombres ricos chillan. Millones escuchan. Quizás el verdadero espectáculo no son ellos, sino nuestra predisposición a escucharlos.








