Cuando José María Aznar afirmó que “hablaba catalán en la intimidad”, no hacía ninguna declaración de afecto por la lengua, sino una confesión cínica: el catalán es tolerable solo si no molesta, cuando no se expresa colectivamente, cuando no agobia en la España única y uniforme que el Partido Popular ha defendido siempre. Ahora, el partido de Alberto Núñez Feijóo perpetúa —e incluso intensifica— esta animadversión, llegando hasta las instituciones europeas para bloquear el reconocimiento oficial de una lengua hablada por más de 10 millones de ciudadanos. Es el último capítulo de una ofensiva persistente e incoherente contra el catalán.
El PP nunca ha escondido su voluntad recentralizadora. Su trayectoria política demuestra una oposición frontal a cualquier política lingüística que busque la normalización del catalán. En Cataluña, ha combatido la escuela en catalán; en el País Valenciano, favoreció la sustitución lingüística con el blaverismo institucional; y en las Illes, impusó el trilingüismo para debilitar el papel del catalán como lengua vehicular.
Al presidente del PP le gusta hacerse fotografías hablando gallego en su territorio. Pero cuando se trata de defender los derechos lingüísticos de otros pueblos del Estado, su discurso cambia radicalmente. Este doble estándar revela la instrumentalización política de la lengua: el gallego sí, porque es útil en Galicia; el catalán no, porque es útil a Pedro Sánchez. Así de simplista es su lógica.
La negativa del PP a reconocer el catalán como lengua oficial de la Unión Europea no se basa en razones técnicas ni económicas —como quieren hacer ver— sino en una revancha política por la alianza del gobierno español con partidos independentistas. Es una manera de hacer pagar al catalán el precio del pacto. ¿El problema? El PP no castiga a ningún partido: castiga a millones de catalanohablantes y la legitimidad de una lengua europea.
Hay líderes populares que defienden las lenguas propias en sus territorios (Baleares, Galicia, País Valenciano…) pero callan o aplauden cuando el partido en Madrid las ataca. Esta esquizofrenia discursiva no solo es incoherente, sino que pone en duda cualquier compromiso real del PP con el respeto a la diversidad lingüística. ¿De qué sirve decir que el valenciano es una riqueza si luego se vota en contra del catalán en Europa?
El PP ha convertido la lengua catalana en un campo de batalla ideológico. No por criterios lingüísticos, ni pedagógicos, ni culturales, sino como arma de confrontación política. Y lo hace con un discurso relleno de incoherencias, hipocresías y venganzas. Mientras esto continúe, su compromiso con la pluralidad lingüística será, como el catalán de Aznar, una cuestión puramente “íntima”. Y la democracia española, cada vez más pobre en palabras, y en valores.